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lunes, 11 de abril de 2011

La veleta y el gallo

En el tejado giraba uno de esos gallos de hierro que sirven para indicar la dirección del viento, una veleta que bien habría podido jactarse de su elevada posición; muy al contrario, siempre estaba callado.

El gallo de corral estaba orgulloso de su cresta y de su sonoro quiquiriquí. Para darse importancia con las gallinas y los polluelos recurría incluso a las mentiras.

- También los gallos pueden poner un huevo, uno solo -dijo un día- pues ese huevo contiene un dragón tan espantoso que los hombres mueren sólo con verlo. Por eso los hombres nos temen y los auténticos reyes del Universo somos nosotros, los gallos, no los hombres.

El gallo veleta lo oyó y resopló. En su vida había oído tantas palabras vanas que ya no se extrañaba de nada. Sabía muy bien que las fanfarronadas del gallo eran necedades; pero se sentía tan superior que ni se molestó en rebatirlas.

Muchas otras veces escuchó las mentiras y las bravuconadas del gallo de corral, pero nunca se dignó contestar.

Y todavía está por resolver si es más importante el gallo de corral o el gallo veleta.

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