Bienvenido a nuestro "Libro de Cuentos", esperamos que puedas encontrar aquí tus historias favoritas.
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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Por qué se volvió blanco el conejo

El piel roja Ojo de Halcón era un valiente cazador pero aquel verano hizo tanto calor que todos los animales de la pradera emigraron en busca de agua y no pudo encontrar ninguna pieza para alimentar a la tribu.

Por eso un día montó en su canoa y decidió seguir a los animales hasta el Polo Norte, donde se habían refugiado.

Después de mucho remar, llegó tan lejos que un día fue sorprendida por una tormenta de nieve; el piel roja se alegró, porque en la nieve podía seguir mejor las huellas de los animales. Encontró las huellas de un ciervo y lo siguó, pero el reflejo de la nieve era tan deslumbrante que casi lo dejó ciego y el cazador se perdió.

Por suerte encontró un conejo pardo que se ofreció generosamente a ayudarlo, guiándolo hasta la canoa. Sobre la nieve, la mancha oscura del animal se veía perfectamente.

Así se salvó Ojo de Halcón. Agradecido, acarició al buen conejo y con su magia hizo que su pelo se volviera blanquísimo, para que nadie pudiera descubrirlo y cazarlo en la nieve.

Y, en adelante, la tribu de Ojo de Halcón no volvió a cazar conejos.

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los fieles amigos

El caballo de un joven paje estaba tan bien alimentado y cuidado que hasta a la zorra le entraron ganas de tener por amo al paje, para que la trataran igual de bien. Pidió entrar a su servicio, fue aceptada y en efecto, la trataron tan bien que su ejemplo fue seguido por el oso, el lobo y poco a poco por todos los animales del bosque.

Un día, los nuevos amigos del paje se preocuparon de buscar una esposa para su amo y eligieron a la hija del rey. Hicieron las cosas de manera que la princesa se encontrara con el paje y se enamorara de él; pero el rey no aprobó la elección de su hija y la encerró en una torre.

Los criados del paje pensaron en la forma de liberarla. El gato hizo que la joven lo siguiera hasta el mirador y el águila la raptó.

Para vengarse, el rey declaró la guerra a los animales: pero ellos llamaron en su ayuda a todos sus semejantes y formaron un ejército tan numeroso que el rey prefirió rendirse.

Perdonó al paje y le concedió la mano de su hija y desde entonces viven felices rodeados de todos sus amigos.

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

El ruiseñor y el búho

Un ruiseñor, encerrado en una jaula ante una ventana, tenía la extraña costumbre de cantar sólo por la noche.

Intrigado, un búho fue a preguntarle el motivo de tan rara costumbre.

- Cuando me atraparon era de día y estaba cantando. Así he aprendido a ser prudente.

- ¿Tienes miedo de que vuelvan a atraparte? Mejor habrías hecho siendo prudente antes, cuando estabas libre. ¡Ahora ya no necesitas serlo!

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Abuelita

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda.

Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes?

Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.

Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.

Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.

-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.

Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.

La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.

En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio.

Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías.

Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

La gata blanca y los duendes

Un hombre había estado en el Polo Norte y había capturado un oso blanco para regalárselo al Zar. Al regresar, le sorprendió la fría noche en el bosque y pidió cobijo a un leñador.

- De acuerdo, pero tendrás que arreglártelas como puedas, porque no va a haber mucho sitio. El 5 de abril es la fiesta de los trolls, los traviesos espíritus del bosque, que tienen la mala constumbre de venir a celebrar la fiesta en mi casa.

Por la noche llegaron los trolls. Eran muchísimos, inquietos y alborotadores como críos. Uno vio el pelo que salía de debajo de la estufa y creyó que era un gato blanco. Empezó a hacerle travesuras hasta que el oso se levantó, enfurecido, y los trolls escaparon a toda velocidad, aterrorizados.

El leñador le agradeció efusivamente al hombre, que continuó su camino. Al año siguiente, antes de volver, los trolls preguntaron si todavía seguía en la casa aquella "gataza".

- ¡Por supuesto! -afirmó el leñador. Y también los siete hijos que ha tenido, que son grandes y feroces como ella.

No hace falta decir que desde entonces los trolls no volvieron a aparecer por la humilde casa del astuto leñador.

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miércoles, 21 de noviembre de 2012

El zueco de oro

El grito del vendedor de zapatos y de zuecos, que pasaba por el camino cargado de mercancías, molestaba a los aldeanos. Para que los dejara en paz, decidieron comprarle todo.

Se estableció el precio, pero cuantos más zuecos compraban y amontonaban en medio del camino, más llenas volvían a estar las cestas. No cabía duda; era cosa de brujería. Y empezaron a reñir.

En aquel momento apareció la carroza del rey. Los aldeanos pidieron justicia pero el vendedor regaló al principito, que iba con su padre, un pequeño zueco de oro y el rey le dio la razón. Inmediatamente, el vendedor misterioso despareció.

Muy pronto se descubrió que el zueco de oro estaba embrujado; no sólo no conseguían quitárselo del pie sino que crecía a la vez que el pie del príncipe. Pero, como no hacía ningún daño, no parecía una cosa muy importante.

Años después, el rey pensó que ya era hora de buscar una esposa a su hijo. En cuanto se convenía un matrimonio, el zueco empezaba a hacerle daño y no paraba hasta que no se anulaba. El rey consultó con un mago y supo que su hijo sólo podría casarse con quien pudiera quitarle el zueco.

Primero lo intentaron las princesas, luego las marquesas y las condesas, hasta que le llegó el turno a una criada harapienta y sucia. La joven se arrodilló a los pies del príncipe, besó el zueco y se lo quitó sin hacer esfuerzo.

El rey estaba furioso: ¡no podía permitir que su hijo se casara con una criada! Justo entonces se oyó el grito del zapatero y al instante la muchacha, que había robado de la cuna real de un reino cercano, se transformó en la más encantadora y buena princesa que nunca se hubiera visto.

Las fiestas duraron muchos días y los dos jóvenes fueron muy felices.

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Las bromas de los gnomos

Una mujer había tenido un hijo pero los gnomos se lo habían quitado y en su lugar habían puesto en la cuna un pequeño gnomo.

La madre les suplicó que le devolvieran su niño, pero ellos no paraban de reír por la broma que le habían gastado.

En medio de su dolor, un día la mujer puso en el fuego un huevo en vez de la olla. Los gnomos, que siempre andaban dando vueltas por la cocina, estallaron en carcajadas, porque ya se sabe que es ésto lo que más les gusta.

Y volvieron a poner al niño en su cuna.

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miércoles, 7 de noviembre de 2012

El gallito y la garduña

Mientras el gallito lanzaba un sonoro quiquiriquí, la garduña llegó silenciosamente por detrás.

- Sí, cantas bien, pero concozco un gallo que sabe cantar sobre una sola pata.

- ¡Menuda cosa! - y el gallito hizo una exhibición sobre una sola pata.

- El otro cierra los dos ojos a la vez.

- ¡Yo también puedo hacerlo!

Mientras el gallito hacía la prueba, la garduña le saltó encima y se lo llevó al bosque para comerlo tranquilamente. Cuando llegó el momento, lo sujetó fuertemente con las patas y ...

- ¿No te han enseñado a rezar antes de comer? -dijo el gallito.

- ¡Claro que sí! -la garduña lo soltó para santiguarse y el gallo voló hasta una rama. La otra no se dio por vencida. Tomó una hoja seca y fingió leer.

- Es una carta del Rey, pero no entiendo nada. ¿Por qué no me la lees tú que eres tan listo?

- De mil amores, pero en otro momento porque allí vienen los cazadores.

La garduña escapó a toda prisa y el astuto gallito volvió al gallinero.

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miércoles, 31 de octubre de 2012

El engaño del cofre

Un leñador descubrió un cofre con monedas de oro. Como su mujer era muy charlatana, pensó la forma de guardar el secreto. Dejó allí el cofre, lo preparó todo bien y después fue a buscar a su mujer, que fue con él al bosque. Al pasar bajo un árbol, exclamó:

- ¡Mira, mira! ¡Ha crecido una trucha en las ramas!

Tomó el pez, que él mismo había colocado allí, claro, y fue hasta el río, donde solía ir a pescar: sacó la red y encontró una liebre, que también había puesto ahí. Después fue a buscar el cofre, pero hizo como si fuera entonces cuando lo encontraba.

Cuando la mujer, a pesar de las recomendaciones de callarse, comenzó a presumir ante sus amigas, el marido la desmintió delante de todos:

- ¿Un tesoro en el bosque? ¿Y cuándo fue eso, según tú?
- ¿No te acuerdas? -insistió la mujer. Fue el día que encontramos la trucha en el árbol y la liebre en la red de pescar.

Claro, las amigas al oír tales barbaridades pensaron que estaba loca, y no le creyeron ni una palabra de la historia del tesoro.

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miércoles, 24 de octubre de 2012

Las versiones de la historia

Una respetabilísima gallina, limpiándose con el pico, se arrancó una pluma. Suspiró:
- ¡Otra! A este paso voy a estar guapísima.

La gallina vecina lo entendió al revés y así se lo contó a la Sra. Clueca:

- Entre nosotras hay una que, para estar más guapa, se arrnaca las plumas...

Desde el tejado la escuchó el búho y comentó:

- Qué desvergonzada!
- ¡Calla! -dijo la lechuza. - ¡Que los niños están escuchando!

Pero ella voló a contárselo a las palomas.

- ¿No sabéis? Una gallina se ha arrancado todas las plumas por amor a un gallo.

Cuando las palomas divulgaron la noticia, las víctimas de la loca pasión por el gallo eran dos. De la golondrina al murciélago, la historia se hizo más tremenda.

Cuando volvió al gallinero de donde había salido, las gallinas eran cinco y se habían arrancado las plumas a picotazos en una riña por celos.

Naturalmente, la gallina respetable no se reconoció en la protagonista de la historia y exclamó:

- ¡Qué escándalo!

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miércoles, 17 de octubre de 2012

El borriquillo con corona

Los reyes de un pequeño país deseaban tener un hijo más que nada en el mundo, pero, cuando al fin lo tuvieron, ¡qué desgracia! ¡Era un borriquillo!

Sin embargo, ellos lo quisieron con todo su corazón, además el principito sabía hacerse querer y conseguía que se olvidaran de su aspecto.

Pero fue precisamente él quien no pudo olvidarse de ello cuando un día se miró en el lago. Ya era mayor, y su humillación fue tal que huyó del palacio y se fue a recorrer mundo.

Vagabundeando llegó a otro reino y, después de muchas peripecias, lo tomaron como músico de la corte. El borriquillo era tan gentil, bueno y amable, que todos lo querían, especialmente el rey y la reina, hasta el punto que fueron los soberanos los que le preguntaron si quería casarse con su hija, que lo amaba profundamente.

La boda se celebró con gran pompa. Por la noche, cuando los dos esposos quedaron a solas en su habitación, la piel de asno que siempre había cubierto al príncipe cayó al suelo descubriendo a un apuesto joven: el amor de la princesita por el borriquillo había roto su triste hechizo.

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miércoles, 10 de octubre de 2012

Catalina y el espejo

Un día Catalina la tonta fue a pasear al bosque. Llegó a un pequeño lago y pensó si sería mejor comer primero o dormir. Decidió comer, pero después le entró sueño y durmió hasta la noche.

Al despertar, estaba tan oscuro que al mirarse en el agua no se vio.

- ¿Soy yo o no soy yo? -se preguntó

Para comprobarlo, volvió a su casa y llamó:

- ¿Está Catalina?
- Debe de estar en su habitación -contestó una voz.
- Si está en casa, no soy yo -se dijo. Y se marchó.

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miércoles, 3 de octubre de 2012

Catalina la tonta y la puerta

Al salir, Catalina solía olvidar cerrar la puerta de la casa. Aquel día tenía que ir al campo a llevar la comida a Quico, su marido, y éste le había dicho varias veces:

- ¡Cuidado con la puerta!

Después de mucho pensar, encontró la solución: ¿qué mejor forma de cuidarla que llevársela? Sacó la puerta de los goznes y se la puso a hombros; pero también tenía que llevar la pesada cesta de la comida.

La colgó del pomo de la puerta y se dijo:
- Así la lleva ella.

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jueves, 27 de septiembre de 2012

La gallina de los huevos de plata

En una ciudad árabe, una mujer un día fue al mercado y compró una gallina. Pero cuál no sería su sorpresa al descubrir que la gallina ponía huevos ¡de plata!

Ya no tendría necesidad de trabajar; con que la gallina pusiera un huevo al día no necesitaría nada más. Después de mucho pensar, decidió que la gallina tendría que darle mucho de comer: cuanto más comiera, más huevos pondría.

Y así lo hizo. Pero lo que pasó es que la gallina murió de indigestión y ya no pudo poner ningún huevo.

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miércoles, 19 de septiembre de 2012

La casita de la liebrecita - Parte 2

Otra vez estaba la liebre llora que te llora. Se le acercó un oso viejo.

- ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No llores, liebrecita -dijo el oso. Yo la echaré de allí.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Tú tampoco podrás.
- Sí, podré.

 Entró el oso en la casita y empezó a rugir:
- ¡Groarr, groarr! ¡Largo de ahí, raposa!

Pero ella contestó:
- Como baje,
de un zarpazo,
¡te destrozo
en mil pedazos!

Se asustó el oso y emprendió la retirada.

Ya estaba nuevamente llorando la liebre. Se le acercó un gallo con una guadaña.

- ¡Kikirikí! ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar, gallito! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No te apures, liebrecita. Yo echaré de tu casa a esa asquerosa.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Un oso lo intentó, y con las ganas se quedó. ¡Menos podrás tú!
- Sí, podré.

Se metió el gallo en la casita:
- ¡Kikiriquí!
Ya estoy aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!

Al oír aquello, la raposa se asustó y repuso:
- Ahora mismo me visto...

Pero el gallo repitió:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!

Y la raposa contestó:
- Ya me estoy poniendo el abrigo...

El gallo advirtió, por tercera vez:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!

La raposa, despavorida, bajó de un salto y escapó a todo correr. Y la liebrecita y el gallito vivieron felices y comieron perdices.


La casita de la liebrecita - Parte 1

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

La casita de la liebrecita - Parte 1

Eranse que se eran una raposa y una liebre. La raposa tenía una casita de hielo; la liebre, una de troncos buenos. Pero la raposa hacía rabiar a la liebre:

- En mi casita hay mucha claridad, mientras que en la tuya reina la oscuridad. La mía es luminosa; la tuya, tenebrosa.

Llegó la primavera y la casita de la raposa se derritió. Entonces, la raposa le pidió a la liebre:

- Déjame, liebrecita, alojarme junto a tu casita, aunque sea en el patio.
- No, raposita, no te dejaré. ¿Por qué me hacías rabiar?

La raposa suplicó con mayor insistencia, y la liebre le permitió alojarse en el patio.

Al día siguiente, la raposa volvió a pedir:

- Anda, liebrecita, sé buenecita. Déjame vivir en el zaguán...
- No, no te dejaré. ¿Por qué me hacías rabiar?

La raposa rogó, imploró, y la liebre accedió a que se instalase en el zaguán.

Al tercer día, la raposa volvió a suplicar:

- Déjame, liebrecita, vivir en tu casita.
- No, no te dejaré. ¿Por qué me hacías rabiar?

La raposa tanto suplicó, que la liebre le permitió vivir en la casita. La raposa se acostó en el banco, y la liebre en lo alto del horno.

Al cuarto día, la raposa volvió a rogar:

- Liebrecita, sé buenecita, ¡déjame que me acueste contigo en lo alto del horno!
- No, no te dejaré. ¿Por qué me hacías rabiar?

Rogó una y otra vez la raposa con tan tiernas palabras, que la liebre la dejó subir a lo alto del horno.
Al cabo de un par de días, la raposa empezó a decirle a la liebre:

- Lárgate de aquí, bisoja. ¡No quiero vivir contigo!
Hasta que la echó de su casa.

La liebre, ya en la calle, lloraba a lágrima viva y se limpiaba las lágrimas con las patitas delanteras. Pasaron corriendo unos perros y le preguntaron:

- ¡Guau, guau, guau! ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No llores, liebrecita -dijeron los perros. Nosotros la echaremos de allí.
- ¡No, no la echaréis!
- ¡Sí, la echaremos!

Y se acercaron a la casita:
- ¡Guau, guau, guau! ¡Fuera de ahí, raposa!

Pero ella les contestó desde lo alto del horno:
- Como baje,
de un zarpazo,
¡os destrozo
en mil pedazos!

Los perros se asustaron y huyeron.
Ya estaba de nuevo llorando la liebrecita. Pasó junto a ella un lobo:

- ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No llores, liebrecita -dijo el lobo. Yo la echaré de allí.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Tú tampoco podrás.
- Sí, podré.

Llegó el lobo feroz a la casita y aulló con pavorosa voz:
- ¡Au-u... au-u-u! ¡Largo de ahí, raposa!

Pero la raposa respondió:
- Como baje,
de un zarpazo,
¡te destrozo
en mil pedazos!

El lobo se asustó y salió corriendo.

(Continuará)

La casita de la liebrecita - Parte 2

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

El molino embrujado

Aquel viejo molino estaba habitado por fantasmas y nadie sabía lo que sucedía en él, porque todos los que habían ido de noche al día siguiente no podían hablar de miedo.

El molinero estaba desesperado porque la gente se apartaba a su paso y nadie quería trabajar para él. Se puso muy contento cuando se le presentó un muchachote de aspecto ingenuo, que ni siquiera tenía miedo.

Aquella noche, al sentarse el joven en el banco, la puerta se abrió sola y avanzó hacia él una mesa dispuesta con toda clase de manjares. Invisibles comensales empezaron a comer y el joven se les unió, sin asustarse porque los cubiertos se movieran solos.

Poco después se apagó la luz y el joven sintió que le daban una bofetada.

- Intentadlo otra vez y os la devuelvo -dijo.

Cuando recibió la segunda bofetada, empezó a pegar también él. Así pasó toda la noche, golpe va, golpe viene. Al amanecer se acabó todo.

Desde entonces, no volvió a pasar nada: hasta los fantasmas tienen miedo de quien no tiene miedo, y habían preferido poner tierra de por medio.

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miércoles, 29 de agosto de 2012

Apolo y el pastor

Apolo era el dios griego de la música. Estaba muy orgulloso de saber tocar la lira tan bien. No había ningún otro músico que se le pudiera comparar. Pero un día, se enteró de que un pastor llamado Marsia, tocaba con su flauta melodías tan dulces como las suyas.

Apolo invitó a Marsia a Delfos, la isla donde residía, y lo desafió.

El dios y el pastor tocaron delante de todos, y de sus instrumentos salieron las músicas más armoniosas. Las Musas eran los jueces, y no supieron decidir quién era el mejor.

Apolo, molesto, propuso una segunda prueba.
- ¡Y ahora tocaremos los dos cabeza abajo!

Apolo tocó primero y, aunque estaba con la cabeza en el suelo, de su lira salieron notas maravillosas.  Después le tocó el turno a Marsia, que se llevó a los labios la parte de atrás de su flauta.

El pobrecillo sopló y sopló, pero no salió ningún sonido. Sólo entonces se dio cuenta de que había sido engañado porque la flauta no puede ser tocada con la cabeza abajo y los pies arriba.

Apolo venció, pero las Musas no le dieron el premio porque había utilizado un engaño.

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miércoles, 22 de agosto de 2012

El cascabel del gato

Hace mucho tiempo, los ratones se reunieron en asamblea para tratar de su triste situación. Los oradores estuvieron de acuerdo en echarle todas las culpas al gato y estudiaron la forma de escapar de sus garras.

Tras un largo período de deliberación, se aprobó por unanimidad esta solución: a todos los gatos se les colocaría un cascabel, para escucharlos cuando se acercaban.

Aquella ley de los ratones todavía está en vigor, aunque aún no ha aparecido ningún ratón que se atreva a ponerle el cascabel siquiera a un gato.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

La aguja de zurcir

Una gruesa aguja de zurcir se daba tanta importancia como si fuera una aguja de bordar, hasta que un día, al atravesar una tela dura, se le rompió el ojo.

Pero su dueña no la tiró, sino que la usó para sujetarse el chal. La aguja pensó que la habían ascendido y y se dio todavía más importancia.

Un día, se desprendió de su puesto en el cuello de la mujer y acabó en el fregadero. No se sintió humillada; al contrario, pensó que había sido nombrada gran almirante del océano y que había sido enviada por la Reina Isabel la Católica a descubrir nuevas tierras.

Descubrió solamente las alcantarillas, pero todas las porquerías que pasaban por encima hacían que se sintiera más importante. Se hizo amiga de un trozo de botella, que brillaba, y por eso lo consideró digno de dirigirle la palabra.

- Veo que es usted un diamante...
- Veo que es usted una magnífica espada...
- Sí, soy la espada de Carlomagno...

Si no me equivoco, todavía están contándose, orgullosos, sus glorias pasadas.

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miércoles, 8 de agosto de 2012

Los gansos

- ¡Ay, gansos, gansitos
de rojos piquitos!
¿En dónde estuvísteís?
¿Qué fue lo que visteis?

- Al lobo hemos visto;
se llevó un gansito,
el mejor de todos,
el más crecidito.

- ¡Ay, gansos, gansitos
de rojos piquitos!
¡Atacad al lobo!
¡Salvad al gansito!

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miércoles, 1 de agosto de 2012

La bruja ciervo y la mariposa

Un joven dando un paseo a caballo avistó un día un magnífico ciervo y lo persiguió por todo el bosque. Galopando, galopando, llegó ante una casucha perdida entre los árboles y allí el ciervo se transformó en una vieja y malvada bruja.

- ¡También tú has caído en la trampa! -dijo la bruja tendiéndole su nudosa mano. - Ahora le transformaré en un animal.

El joven, aterrorizado, intentó huir; pero un sapo que estaba detrás se convirtió en un oso y le cerró el paso. Entretanto la bruja se había convertido en una corneja y voló sobre el cazador para consumar su maleficio.

Pero una mariposa se posó en el hombro del joven y eso bastó para romper el encantamiento: la mariposa, que era una bella cazadora, tensó su arco y apuntó a la bruja.

- ¡Y ahora, malvada bruja, déjanos libres a todos o acabaré de una vez por todas contigo!

Y así el oso, que era hermano de la joven, también recuperó su aspecto humano. Los tres montaron en el caballo y huyeron, seguidos inútilmente por la corneja, que no paraba de graznar.

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miércoles, 25 de julio de 2012

El león y la liebre vieja

Había un león en la selva que hacía estragos entre los animales. Los supervivientes, para evitar lo peor, hicieron un pacto: el rey se contentaría con una sola comida por día y, a cambio, la víctima elegida iría por sí sola, evitándole tener que ir a cazarla.

Las cosas iban bien para el rey de la selva hasta que le llegó el turno a una liebre vieja y astuta. Acudió ante el león, pero se fingió extenuada por la larga caminata.

- Al venir hacia aquí -jadeó- me ha atacado un león. Me he salvado gracias a la velocidad de mis patas.
- ¿Otro león? -rugió de rabia el rey de la selva ante la sola idea de tener un rival que le disputara sus víctimas. - ¿Dónde está?
- En el lago. Es grande y joven, más fuerte y valiente que tú.
- ¡Eso ya lo veremos! ¡Llévame allí!

El animal, furioso, siguió a la liebre hasta el lago, y allí, asomándose a la orilla, vio un león reflejado en el agua. Se lanzó sobre él, perdió pie y se ahogó.

De esta forma, una inofensiva liebre venció a un cruel tirano. Y por eso hay un refrán que dice "Más vale maña que fuerza".

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miércoles, 18 de julio de 2012

Los ratoncitos

Duerme el gato, bajo la manta,
los ratoncillo danzan y cantan.

Silencio, ratoncillos, dejad de alborotar,
porque podéis a Vaska despertar.

Y si este gato fiero se despierta,
acabará al momento con la fiesta.

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miércoles, 11 de julio de 2012

El gigante y el avaro

Un gigante joven, que era muy bueno, supo que un orfebre era un avaro y no trataba justamente a sus obreros. Entonces se presentó en su taller y solicitó que lo tomara de aprendiz.

El orfebre pensó que un joven tan grande y tan fuerte como aquel podría hacer el trabajo de doce personas. Ya iba a tomarlo, pero quiso saber primero cuánto quería ganar.

- Ni una sola moneda -le aseguró el gigante. Cuando des el salario a los demás, yo te daré un par de martillazos y estaremos en paz.

Pensando en la cantidad de dinero que se ahorraría, el avaro aceptó. Puso al nuevo aprendiz a trabajar con el mazo, pero al primer golpe el yunque se hundió tan profundamente en el suelo que no se pudo sacar.

El orfebre se dio cuenta de que no había hecho un buen negocio y dijo al gigante que se marchara antes de que lo destruyera todo.

- ¿Qué paga quieres por este único golpe que has dado? -preguntó.

- Me conformaré con darte un golpecito...

Le dio una patada y lo mandó volando por encima de los tejados.

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miércoles, 4 de julio de 2012

Los dos samurais y el siervo honrado

Un samurai se dirigía a Kyoto, lamentándose por no haber conseguido un siervo que le llevara el equipaje y le hiciera compañía. Por el mismo camino iba otro samurai, que se lamentaba igualmente de no tener un siervo que lo acompañara.

Se encontraron y decidieron seguir juntos; tendría que llevar cada uno su equipaje pero al menos se harían compañía el uno al otro.

Más adelante encontraron a un pueblerino que también iba a Kyoto y le dijeron si quería entrar a su servicio. El hombre aceptó de buena gana y los samurais le dieron sus largas espadas para que las llevara, pero no les gustaba como escudero y comenzaron a reprenderle:

- Se ve que no eres un guerrero! No sabes llevar las espadas.

Al final, el hombre se cansó de que se metieran con él. Desenfundó una espada y se la puso en el cuello a los samurais.

- Tirad el puñal que lleváis en la cintura!

Después de desarmarlos, les pidió sus bolsas de dinero, sacó lo que le correspondía, tiró las armas y se fue.

- Estas podéis llevarlas vosotros, yo ya me siento suficientemente honrado con llevar vuestro oro.

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miércoles, 27 de junio de 2012

Chas! Chas!

- Toquemos las palmitas!
- ¿Dónde habéis estado?
- En casa de la abuelita.
- ¿Y qué habéis comido?
- Unas gachitas!
- ¿Y qué habéis bebido?
- Cervecita!

Gachas con mantequita,
cerveza dulcecita
y una buena abuelita.

Hemos comido y bebido,
y hemos vuelto a la casita
para empezar a cantar
al compás de las palmitas.

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miércoles, 20 de junio de 2012

El enigma de la Esfinge

Hace muchísimos años, a las puertas de la ciudad de Tebas estaba la Esfinge, un ser que tenía cabeza de mujer, cuerpo de león y alas de águila, que aterrorizaba al reino de Tebas. Sólo dejaba pasar a quienes supieran responder a sus enigmas, los demás morían.

El joven Edipo llegó ante ella, que le preguntó:

- ¿Cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro patas, a mediodía dos y por la noche tres?

- El hombre -contestó Edipo. De niño anda a gatas, después camina sobre sus dos piernas y de viejo tiene que apoyarse en un bastón.

Pero había otro acertijo:

- Son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera -dijo la Esfinge.

Edipo contestó:

- El día y la noche.

Furiosa, la Esfinge se suicidó lanzándose al vacío y Edipo fue nombrado el salvador de Tebas.

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miércoles, 13 de junio de 2012

El Sol y el Viento

El Sol y el Viento, para comprobar quién era el más fuerte, se desafiaron a ver quién era capaz de quitar los vestidos al primero que pasara.

El Viento sopló con todas sus fuerzas, pero cuanto más se esforzaba, el hombre se apretaba más la ropa y además, al sentir frío, se echó por encima un abrigo.

El Sol no se esforzó demasiado, se limitó a lucir. Y el viajero, sudando, se quitó toda la ropa para correr a bañarse.

Con ésto se ve que la persuasión es más eficaz que la violencia.

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miércoles, 6 de junio de 2012

El doctor Sabelotodo

Un aldeano envidiaba la vida rica de los médicos, los abogados o los notarios. Un buen día se compró una peluca y una toga negra y clavó en su puerta una placa que decía: "Doctor Sabelotodo".

Acababa de ponerla cuando pasó un hombre al que habían robado una buena cantidad de dinero. "Si éste lo sabe todo, también sabrá quiénes han sido los ladrones", pensó. Y lo invitó a su casa a comer.

Entró un criado y el "doctor" dijo:
- Muy bien! Ya tenemos el primero.

Quería decir que aquel era el primer plato, pero el criado, que era uno de los ladrones, creyó que lo había descubierto. Volvió a la cocina aterrorizado y le dijo al otro criado:

- Ve tú a servir la carne.

El segundo criado, que era el segundo ladrón, salió y el Doctor Sabelotodo dijo:

- Muy bien! Ya tenemos el segundo.

E hizo lo mismo con el "tercero". Los ladrones confesaron y devolvieron el dinero. El dueño de la casa recompensó al Doctor Sabelotodo con mucho dinero; pero el mayor premio fue la fama que adquirió, la de un sabio infalible.

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miércoles, 30 de mayo de 2012

El lebrato

Vete al jardín, lebratillo,
ve al jardín, anda, guapillo.
Sal al jardín, buen lebrato,
anda, sal! que eres muy guapo!
Corta una flor, lebratillo,
corta dos, anda, guapillo.
Corta una flor, buen lebrato,
corta dos, que eres muy guapo!
Haz un ramo, lebratillo,
haz un ramo, anda, guapillo.
Haz un ramo, buen lebrato,
un ramo! que eres muy guapo!
Baila airoso, lebratillo,
baila airoso, anda, guapillo.
Baila con garbo, lebrato,
con garbo, que eres muy guapo!

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miércoles, 23 de mayo de 2012

El protector del carretero

Había llovido y el camino se había convertido en un fangal. En un recodo, el carro metió una rueda en un agujero; estaba tan cargado que ni los esfuerzos del burro que lo arrastraba ni las injurias del hombre que lo guiaba consiguieron moverlo un ápice.

El carretero, un hombre necio, se descargó con el burro. Lo llenó de insultos y también golpeó al pobre animal, pero no consiguió nada. Entonces invocó a su santo patrón, prometiendo encenderle una vela si le ayudaba a salir de allí.

- Antes de ir a buscar la vela -le pareció que decía una voz- ¿por qué no dejas de golpear a ese pobre animal que no te ha hecho nada y buscas unas piedras para rellenar el agujero? Descarga el carro todo lo que puedas, toma aquella rama caída y utilízala como palanca.

El carretero, asustado, obedeció sin siquiera darse cuenta de lo que hacía. Cuando terminó y arreó otra vez al burro, el carro salió con facilidad del fango.

- Milagro! -gritó el hombre, empapado en sudor por el esfuerzo. 
- No te confundas -le corrigió la voz. No es un milagro; simplemente hay que usar la cabeza y ayudarse a uno mismo.

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miércoles, 16 de mayo de 2012

La gallinita pinta

Eranse que se eran un abuelo y una abuela. Tenían una gallinita bonita, pinta. 

La gallina puso un huevo, pero no corriente, sino de oro reluciente.

El abuelo lo golpeó más de una vez, pero nunca lo pudo romper.

La abuela también lo golpeó, pero tampoco lo rompió.

Un ratoncillo, al correr, al huevo dio con el rabillo, y lo hizo caer. El huevecico quedó hecho añicos.

El abuelo lloraba, la abuela estaba desconsolada y la gallinita pinta cacareaba:

Co-co-co-cóo! Co-co-co-cóo!Consuélate, abuelita; no llores, abuelito! Que yo os pondré otro huevecito, pero no de oro reluciente, sino de los corrientes!

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miércoles, 9 de mayo de 2012

El Arca de Noé de Pedrín - Parte II

De repente, el señor y la señora Noé se adelantaron hasta el rey y la reina e hicieron una rígida reverencia, debido a su condición de muñecos de madera.

- Majestades! -dijeron. ¿Les importaría aceptar nuestra arca de madera? La desalojaríamos de animales y podemos hacer que sea muy cómoda. Por lo demás, el agua no penetra en ella y flota muy bien.

- En alguna ocasión he oído hablar del arca de Noé -dijo el rey- pero nunca he visto una. Dejadme que la vea. La reina y yo estamos ya casi secos.

Salieron de la casa de las muñecas y se fueron hasta el arca de Noé. Los juguetes los acompañaron, si bien muy enojados con el señor y la señora Noé.

- Vaya atrevimiento! ¿A quién se le ocurre ofrecer tan vetusta arca al rey y a la reina? -susurraron al señor Noé. - ¿En qué estaban pensando?

Pero el señor Noé no les hizo caso. Levó al rey hasta el arca y la reina se fue con la señora Noé.

- Caramba! -exclamó sorprendido el rey. ¿Así que ésto es el arca de Noé? Es lo suficiente grande para viajar todos cómodamente. Desde luego, es mucho mejor que un pequeño bote. Me siento muy agradecido, señor Noé, por su amable oferta. ¿Quiere acompañarnos en el viaje y gobernar el arca? Imagino que mis sirvientes ignoran cómo se hace.

- Encantado, Majestad! -respondió Noé sonrojado de placer.

Los juguetes, estupefactos, no dijeron ni una palabra. El rey llamó a sus criados y les mostró el arca.

- ¿Estamos ya? -les preguntó.
- Primero tengo que hacer bajar  a todos los animales -respondió el señor Noé. - Viven dentro, como su Majestad sabe, dos de cada especie.

El señor Noé batió palmas y llamó a los animales, que empujaron hacia arribala tapa para ver qué ocurría en el exterior.

- Salid! -gritó el señor Noé. - El rey y la reina del País de las Hadas necesitan el arca para hacer un viaje.

La pintoresca población de animales de madera caminó hacia el rey y la reina, de dos en dos, y les hicieron una reverencia. Sus Majestades recibieron con agrado el homenaje de pleitesía, encantados de ver unas bestias tan bien educadas.

- Ahora, Majestad, pediré una escalera de la granja de juguete -dijo el señor Noé. Así, sus Majestades podrán subir fácilmente al arca. Se volvió a los demás juguetes y gritó: - Soldados, id en busca de cómodos sillones a la casa de las muñecas para sus Majestades!

Los soldados obedecieron prestamente y se fueron en busca de los sillones. La pepona trajo la escalera de la granja y el señor Noé la apoyó contra el costado del arca. El rey, la reina y todos sus sirvientes se acomodaron en el interior del arca, sentados.

Los soldados ataron cuerdas al arca y la arrastraron, deslizándola por el piso y luego por la hierba. Pronto se halló junto al estanque, donde con suave chapoteo, fue botada. Los juguetes vitorearon alegres y les dijeron adiós. Los animales de madera que vivían en el arca se aproximaron por parejas al agua y el rey y la reina sonrieron al verlos.

El arca navegó por el estanque al resplandor de la luna, en línea recta al País Botón de Oro. El príncipe quedó sorprendido al verla.

- Muchísimas gracias - dijeron el rey y la reina  al señor y a la señora Noé. No sé cómo nos las hubiésemos arreglado sin ustedes y su maravillosa arca. Por favor vengan a visitarnos. Les mandaremos una invitación cuando regresemos al País de las Hadas.

El señor y la señora Noé se despidieron y navegaron de regreso a casa, sencillamente encantados de haber podido ayudar a sus Majestades. En cuanto a los demás juguetes, todas las alabanzas les parecían pocas.

- Nos avergüenza habernos reído del arca -dijeron. Contadnos vuestras aventuras!

Y cáspita! Un día llegó la invitación del rey y la reina para una fiesta a la luz de la luna en el País de las Hadas para los esposos Noé y sus animales. La conmoción fue tremenda. Los demás juguetes envidiaron la suerte de sus amigos.

El viaje no fue preciso hacerlo en el arca, pues el mensajero -un duendecillo- se ofreció a llevarlos por un atajo en el jardín y un pasadizo en el hueco de un roble. El señor y la señora Noé caminaron muy orgullosos, seguidos de sus animales emparejados. Realmente fue todo un espectáculo. Me hubiera gustados acompañarlos, ¿a vosotros no?

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miércoles, 2 de mayo de 2012

El Arca de Noé de Pedrín - Parte I

Pedrín tenía una maravillosa caseta en el fondo del jardín. Allí guardaba todos sus juguetes: soldados, fortaleza, osito, pepona, libros y  una magnífica arca de Noé con toda clase de animales.

Frente a la caseta había un pequeño estanque, donde Pedrín solía hacer que navegase la gran arca, dos botes y un barco. Así se divertía muchísimo.

Un día su primo Juanito le invitó a su casa, donde pasaría la noche, y le rogó que se llevase toda su flotilla.

- Tengo un precioso estanque en mi jardín -afirmó Juanito. Haremos navegar nuestros barcos y lo pasaremos estupendo. 

Pedrín sacó de su caseta el completo de sus embarcaciones, cerró la puerta y se fue con Juanito. Los demás juguetes se quedaron muy tristes, pues intuyeron que nadie jugaría con ellos aquel día.

- Me fastidia que Pedrín se vaya y nos deje -dijo Osito.
- Los juguetes nunca tienen aventuras como los niños y las niñas -arguyó la pepona. Permanecemos quietos aquí y no hacemos nada a menos que Pedrín juegue con nosotros. Oh! Me gustaría tener una aventura, ¿vosotros no?
- ¿Y lo preguntas? -gritaron los soldados.

El señor y la señora Noé exclamaron: - Quizás algún día gocemos todos una extraordinaria aventura. 
- Bah! -respondieron despreciativos los demás. No es probable que hayan aventuras en su desvencijada arca!

Los esposos Noé quedaron silenciosos. Se habían pasado de moda y a menudo sufrían las burlas de los otros juguetes que se reían de su arca de madera.

Sin embargo, aquella noche hubo una aventura de verdad en la que participaron todos los juguetes. Era medianoche en punto cuando un gran alboroto en el exterior los despertó sobresaltados. Alguien llamaba en la puerta de la casita.

- Abrid, abrid en nombre del rey del País de las Hadas! -decía alguien.

Osito corrió a abrir la puerta y halló a un duendecillo totalmente mojado.

- Oh! -dijo. Ha sucedido una cosa terrible. El Rey la Reina del País de las Hadas navegaban por el lago en su barco para hacer una visita al Príncipe del País Botón de Oro, cuando de repente una tempestad les echó a pique el barco.

- Repámpanos! -gritaron aterrados los juguetes. Se han ahogado?
- No, nadie se ha ahogado -afirmó el duende. Pero todos estamos empapados y el buque se ha hundido. Queremos saber si nos permiten entrar y secarnos.
- Naturalmente que sí! -exclamaron los juguetes. Sentimos vuestra desdicha. Ahora encenderemos fuego en la casa de las muñecas y podréis secaros.

Los soldados corrieron a la casa de las muñecasy abrieron la puerta principal. Encendieron rápidamente el fuego de la salita y de la cocina, y pusieron un jarro de leche con cacao a calentar. 

Luego entraron el rey y la reina totalmente empapados y temblorosos, y se mostraron encantados al ver el chisporroteante fuego. Sentados al calor de las llamas, sus ropas no tardaron en secarse.

Los pequeños duendecillos les sirvieron diminutas tacitas de leche con cacao. 

- Lamentamos que hayan vivido tan triste odisea, Majestades -dijo Osito. Nos gustaría ofrecerles para esta noche la casa de las muñecas pero, desgraciadamente, no hay camas. Pedrín se las dio a una amiguita suya un día que vino a jugar con él. 

- Qué lástima! -exclamó la reina. De todos modos, tampoco nos sería posible aceptar vuestra gentil invitación. Hemos de reanudar el viaje tan pronto estén secas nuestras ropas, pues de lo contrario el Príncipe del País Botón de Oro se preocuparía por nosotros.

- ¿No disponéis por casualidad de un bote que podáis prestarnos? -preguntó el rey. 
- Oh, Majestad! Pedrín se los ha llevado a la casa de su primo -respondieron los juguetes.
- En tal caso, nos conformaríamos con un pequeño vapor de juguete -sugirió el rey.
- Pedrín se lo llevó también -informó la pepona. ¿Cómo podrán sus majestades solucionar el problema del viaje?
- La verdad es que lo ignoro - respondió el rey. Vosotros mismos acabáis de informarnos que no hay camas para dormir ni embarcación que nos lleve. Menudo problema el nuestro!

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miércoles, 25 de abril de 2012

El nabo

Un abuelo plantó nabos. Creció uno grande, redondo, tremendo. El abuelo quiso arrancarlo. Pero, por más que tiró, no lo logró.

Entonces llamó a la abuela. La abuela tiró del abuelo, y el abuelo del nabo. Pero por mucho que tiraron, no lo arrancaron.

Llamó la abuela a su nietecita. La nieta tiró de la abuela; la abuela, del abuelo, y el abuelo del nabo. Pero por más esfuerzos que hicieron, arrancarlo no pudieron.

La nietecita llamó a la perrita. La perrita tiró de la la nietecita; la nietecita, de la abuelita; la abuela, del abuelo, y el abuelo del nabo. Pero por mucho que se esforzaron, no lo arrancaron.

Llamó la perrita a la gatita. La gatita tiró de la perrita; la perrita de la nietecita; la nietecita, de la abuelita; la abuela, del abuelo, y el abuelo del nabo. Pero por más que sudaron, arrancarlo no lograron.

Llamó la gatita a un ratoncito. El ratoncito tiró de la gatita; la gatita, de la perrita; la perrita de la nietecita; la nietecita, de la abuelita; la abuela, del abuelo, y el abuelo del nabo. Tiraron y tiraron... y lo arrancaron!

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miércoles, 18 de abril de 2012

A la deriva

El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!

—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; ésto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves . . .

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

—Un jueves...

Y cesó de respirar.

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miércoles, 11 de abril de 2012

La rana del pantano y la del camino

Vivía una rana felizmente en un pantano profundo, alejado del camino, mientras su vecina vivía muy orgullosa en una charca al centro del camino.
La del pantano le insistía a su amiga que se fuera a vivir al lado de ella, alejada del camino; que allí estaría mejor y más segura.

Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una morada donde ya estaba establecida y satisfecha.

Y sucedió que un día pasó por el camino, sobre la charca, un carretón, y aplastó a la pobre rana que no quiso aceptar el mudarse.

Si tienes la oportunidad de mejorar tu posición, no la rechaces.

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jueves, 5 de abril de 2012

Los cuatro amigos

Una vez, un gallo cansado de vivir con las gallinas en el corral, decidió marcharse y conocer nuevos amigos. Partió una mañana al amanecer y no tardó mucho en hallarse frente a un ganso muy gordito, que iba solo por la senda.

- Buenos días, ganso -saludó el gallo. - A dónde vas?
- He perdido a mi compañera -respondió el ganso. - Y voy en busca de otra.
- Vente conmigo -propuso el gallo, ahuecando su hermosa cola de plumas. - Me voy a conocer mundo.

El ganso y el gallo caminaron juntos. Más tarde se encontraron con un pato que se bamboleaba al compás del movimiento de sus patitas.

- Buenos días, pato -saludó el gallo. - ¿A dónde vas?
- He oído malas noticias esta mañana -respondió éste. - La gallina roja me dijo que el amo pensaba sacrificarme para su cena. Huyo de él, pero no sé dónde ir.
- Vente con nosotros -ofreció el gallo, estirando el cuello para acentuar su importante categoría. - Nos vamos a ver mundo.

El pato siguió al gallo y al ganso. Muy pronto llegaron a un pastizal de uso común para todos los animales. Allí se tropezaron con un chivo que se había soltado de la cuerda que lo sujetaba a una estaca en el suelo, y deambulaba libre.

- Buenos días -saludó el gallo. - ¿A dónde vas?
- No lo sé -respondió el chivo. Estoy libre por primera vez en mi vida... pero no sé dónde ir.
- Vente con nosotros -invitó el gallo,con la roja cresta muy tiesa. - Nos vamos a ver mundo.

El chivo se unió al ganso, al pato y al gallo y caminaron juntos por el prado.
- ¿Qué haremos? -preguntó el chivo.
- ¿Qué os aprece si nos acercamos a la ciudad de Nottingham y nos detenemos junto a la carretera a pedir? -propuso el gallo. Tengo buena voz y podría cantar a cambio de algunos céntimos.
- Yo pasaría el sombrero -ofreció el pato.
- Y yo sacudiría mis alas al mismo tiempo que tú cantases -dijo el ganso.
- Y yo toparía a quien no diese algunas monedas -aseguró el chivo.

Nuestros amigos se encaminaron hacia Nottingham. Era día de mercado y había muchísima gente. Los cuatro aventureros se detuvieron en una calle y el gallo cantó:

Ki-ki-ri- kiiiiiiii!
Mi bebé ha perdido un zapato
Yo tenía un botón azul
¿Qué hará mi bebé?

El ganso movió sus alas al compás del canto y el pató pasó el sombrero en demanda de monedas. El chivo permaneció atento a embestir a quien no diese nada.

Antes de que el gallo acabase de cantar, un agricultor malencarado se acercó a ellos.

- ¿Qué significa todo ésto? -gritó. Estos cuatro se han escapado de su corral. Deténganlos!

Nuestros amiguitos no esperaron a oír más y huyeron por las calles de Nottingham hasta que se encontraron en una colina fuera de la ciudad.

- Por poco nos cogen! -se lamentó el chivo. Ni hablar de acercarnos a otra ciudad! ¿Qué haremos?
- Busquemos una cueva donde vivir -propuso el gallo. Mirad, allí a media ladera de esta montaña hay una.
- Allí vive una bruja con su hija, que es muy fea -explicó el pato.
- Iremos a preguntarle si hay otra cueva cerca -habló el ganso.

Y allí se fueron. En la cueva no hallaron a nadie, pero sí un aparador lleno de cosas buenas, que los hambrientos animalitos devoraron. Luego se echaron a dormir.

Más tarde, ya de noche, la vieja bruja y su hija regresaron a la cueva. Eran malas y desde mucho tiempo atrás los vecinos de Nottingham intentaban liberarse de ellas. La bruja entró primero en la cueva, encendió una vela y vio la mesa llena de restos de comida.

- Alguien ha estado aquí! -gritó pateando el suelo.

Madre e hija salieron al exterior y se fueron a un árbol cercano a pensar qué podían hacer. Temían que hubiese un enemigo en la cueva.

- Hija, arrástrate y averígualo -ordenó la bruja. Yo prepararé un sortilegio por si algún hombre o mujer está en la cueva que no pueda hacerte daño.

Sin embargo, cuando la bruja gritó y pateó el suelo, los cuatro animales se despertaron alarmados. El chivo dormía cerca de la entrada, el ganso junto al aparador, el pato debajo de la mesa y el gallo en el respaldo de una silla. Los cuatro esperaron a ver si sucedía algo más. Entonces oyeron a la hija de la bruja que regresaba.

- "Es mi ama!" -pensó el chivo
- "Es mi amo!" -pensó el pato.
- "Es mi ama!" -pensó el gallo.
- "Es la niña de los gansos!" -pensó el ganso.

Todos temblaron de miedo. La hija de la bruja se arrastró al interior de la cueva. No oyó nada en absoluto y se dirigió a la mesa, donde pisó al pato, que estaba debajo.

- Cuá - cuá! Cuá - cuá! -se quejó éste.

El pato se enfadó y hundió su pico en la pierna de la niña, que asustada retrocedió hacia el aparador y tropezó con el ganso.

- Ss-ss-ss-ss-ss! -siseó éste.

Las grandes alas del ganso golpearon a la hija de la bruja que, aún más asustada y porque le temblaban las piernas, se sentó en la silla. Al echar la cabeza hacia atrás, casi derribó al gallo, que le clavó sus espolones y chilló:

- Coco-rocó-cocó! Coco-rocó-cocó!

La brujita no puso soportarlo y corrió a la entrada de la cueva. Pero se cayó encima del chivo, que le dio un topetazo y la hizo rodar ladera abajo, hasta que la detuvo el árbol donde estaba su madre.

- ¿Qué ocurre? ¿Es que no surtió efecto mi sortilegio?
- Oh, madre, madre! -lloró la hija. La cueva está llena de poderosos hechiceros. Cuando entré había uno debajo de la mesa que gritó: "Vete, vete!" y clavó un cuchillo en mi pierna. Junto al aparador había una serpiente que siseó amenazadora y me golpeó en la cabeza. En el respaldo de la silla había otro hechicero que chilló: "Vaya bribona! Vaya bribona!" y casi me tiró de la silla. Pero el peor de todos es un brujo gigante que estaba tendido cerca de la entrada. Este me tiró por la pendiente de la montaña, y aquí estoy.

- Qué cosa más terrorífica! -exclamó la bruja temblando. Nuestros pecados nos piden cuentas! No podemos quedarnos aquí más tiempo. Vamos, nos iremos antes de que amanezca.

Nunca más se oyó hablar de ellas. Los cuatro amigos durmieron pacíficamente hasta la mañana. Al despertarse observaron la cueva y se sintieron muy complacidos.

- Viviremos aquí -dijo el gallo. Nadie nos molestará porque les asusta la bruja. Aquí viviremos felices.

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jueves, 29 de marzo de 2012

El perro y el reflejo en el río

La perrita Pirueta tenía muy buenas cualidades. Sin embargo, ante un asado perdía la cabeza, hasta el punto de que era capaz de robarlo de la fuente sin esperar a que estuviese cortado en lonchas.

Y eso es lo que hizo un día que vio en la mesa un asado enorme para doce, casi tan grueso como el tronco de un árbol. Y corre que te corre con aquella maravilla entre los dientes, Pirueta llegó hasta la orilla de un pequeño arroyo transparente y límpido como un espejo.

- Me acercaré a la orilla y me zamparé el asado sin que nadie me moleste -pensó la perrita Pirueta.

Muy contenta la perrita se aproximó al arroyo y metió una pata dentro del agua. Sorpresa! En el agua vio la imagen de un perro con un enorme asado en la boca que parecía más grande que el suyo.

Pirueta, llena de codicia no lo pensó dos veces, soltó su comida e intentó clavarle los colmillos al gran asado que tenía el otro perro. Pero la corriente se llevó la corriente de verdad y la perrita Pirueta se quedó con un palmo de narices.

Nunca codicies el bien ajeno, pues puedes perder lo que ya has adquirido con tu esfuerzo.

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miércoles, 21 de marzo de 2012

Ovejón, aspirante a muflón

No a todo el mundo le gusta la vida tranquila.Hay quien se aburre y es lo que le sucedió a Ovejón, un carnero jovencísimo.

Un buen día, harto ya de pertenecer a un rebaño y de tener que obedecer las órdenes de un pastor y de un perro, Ovejón huyó y se fue a las montañas. Quería encontrar a los muflones, que también son carneros pero que viven libres entre los roquedales y los barrancos.

Los muflones acogieron con alegría a Ovejón y éste se hizo amigo de los más jóvenes. Un buen día, a los amigos de Ovejón comenzaron a despuntarles los cuernos; también comenzaron a salirle a Ovejón pero, mientras que sus cuernos dejaron de crecer cuando tuvieron un palmo, los de los muflones siguieron creciendo y creciendo de una manera espectacular.

A Ovejón al principio le miraban con sorpresa, pero después comenzaron a tomarle el pelo. El pobre Ovejón lo pasó muy mal sin ninguno de sus semejantes que le pudiese consolar y que le hiciera comprender que quien no está contento con lo que tiene corre el riesgo de encontrarse solo y abandonado, sin nadie que le diga que tener unos cuernos de un palmo no es ninguna vergüenza.

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miércoles, 14 de marzo de 2012

La familia feliz

La hoja verde más grande de nuestra tierra es seguramente la del lampazo. Si te la pones delante de la barriga, parece todo un delantal, y si en tiempo lluvioso te la colocas sobre la cabeza, es casi tan útil como un paraguas; ya ves si es enorme. Un lampazo nunca crece solo. Donde hay uno, seguro que hay muchos más. Es un goce para los ojos, y toda esta magnificencia es pasto de los caracoles, los grandes caracoles blancos, que en tiempos pasados, la gente distinguida hacía cocer en estofado y, al comérselos, exclamaba: «¡Ajá, qué bien sabe!», persuadida de que realmente era apetitoso; pues, como digo, aquellos caracoles se nutrían de hojas de lampazo, y por eso se sembraba la planta.

Pues bien, había una vieja casa solariega en la que ya no se comían caracoles.

Estos animales se habían extinguido, aunque no los lampazos, que crecían en todos los caminos y bancales; una verdadera invasión. Era un auténtico bosque de lampazos, con algún que otro manzano o ciruelo; por lo demás, nadie habría podido suponer que aquello había sido antaño un jardín. Todo eran lampazos, y entre ellos vivían los dos últimos y matusalémicos caracoles.

Ni ellos mismos sabían lo viejos que eran, pero se acordaban perfectamente de que habían sido muchos más, de que descendían de una familia oriunda de países extranjeros, y de que todo aquel bosque había sido plantado para ellos y los suyos. Nunca habían salido de sus lindes, pero no ignoraban que más allá había otras cosas en el mundo, una, sobre todo, que se llamaba la «casa señorial», donde ellos eran cocidos y, vueltos de color negro, colocados en una fuente de plata; pero no tenían idea de lo que ocurría después. Por otra parte, no podían imaginarse qué impresión debía causar el ser cocido y colocado en una fuente de plata; pero seguramente sería delicioso, y distinguido por demás. Ni los abejorros, ni los sapos, ni la lombriz de tierra, a quienes habían preguntado, pudieron informarles; ninguno había sido cocido ni puesto en una fuente de plata.

Los viejos caracoles blancos eran los más nobles del mundo, de eso sí estaban seguros. El bosque estaba allí para ellos, y la casa señorial, para que pudieran ser cocidos y depositados en una fuente de plata.

Vivían muy solos y felices, y como no tenían descendencia, habían adoptado un caracolillo ordinario, al que educaban como si hubiese sido su propio hijo; pero el pequeño no crecía, pues no pasaba de ser un caracol ordinario. Los viejos, particularmente la madre, la Madre Caracola, creyó observar que se desarrollaba, y pidió al padre que se fijara también; si no podía verlo, al menos que palpara la pequeña cáscara; y él la palpó y vio que la madre tenía razón.

Un día se puso a llover fuertemente.

-Escucha el rampataplán de la lluvia sobre los lampazos -dijo el viejo.

-Sí, y las gotas llegan hasta aquí -observó la madre-. Bajan por el tallo. Verás cómo esto se moja. Suerte que tenemos nuestra buena casa, y que el pequeño tiene también la suya. Salta a la vista que nos han tratado mejor que a todos los restantes seres vivos; que somos los reyes de la creación, en una palabra. Poseemos una casa desde la hora en que nacemos, y para nuestro uso exclusivo plantaron un bosque de lampazos. Me gustaría saber hasta dónde se extiende, y que hay ahí afuera.

-No hay nada fuera de aquí -respondió el padre-. Mejor que esto no puede haber nada, y yo no tengo nada que desear.

-Pues a mí -dijo la vieja- me gustaría llegarme a la casa señorial, que me cocieran y me pusieran en una fuente de plata. Todos nuestros antepasados pasaron por ello y, créeme, debe de ser algo excepcional.

-Tal vez la casa esté destruida -objetó el caracol padre-, o quizás el bosque de lampazos la ha cubierto, y los hombres no pueden salir. Por lo demás, no corre prisa; tú siempre te precipitas, y el pequeño sigue tu ejemplo. En tres días se ha subido a lo alto del tallo; realmente me da vértigo, cuando levanto la cabeza para mirarlo.

-No seas tan regañón -dijo la madre-. El chiquillo trepa con mucho cuidado, y estoy segura de que aún nos dará muchas alegrías; al fin y a la postre, no tenemos más que a él en la vida. ¿Has pensado alguna vez en encontrarle esposa? ¿No crees que si nos adentrásemos en la selva de lampazos, tal vez encontraríamos a alguno de nuestra especie?

-Seguramente habrá por allí caracoles negros -dijo el viejo- caracoles negros sin cáscara; pero, ¡son tan ordinarios!, y, sin embargo, son orgullosos. Pero podríamos encargarlo a las hormigas, que siempre corren de un lado para otro, como si tuviesen mucho que hacer. Seguramente encontrarían una mujer para nuestro pequeño.

-Yo conozco a la más hermosa de todas -dijo una de las hormigas-, pero me temo que no haya nada que hacer, pues se trata de una reina.

-¿Y eso qué importa? -dijeron los viejos-. ¿Tiene una casa?

-¡Tiene un palacio! -exclamó la hormiga-, un bellísimo palacio hormiguero, con setecientos corredores.

-Muchas gracias -dijo la madre-. Nuestro hijo no va a ir a un nido de hormigas. Si no sabéis otra cosa mejor, lo encargaremos a los mosquitos blancos, que vuelan a mucho mayor distancia, tanto si llueve como si hace sol, y conocen el bosque de lampazos por dentro y por fuera.

-¡Tenemos esposa para él! -exclamaron los mosquitos-. A cien pasos de hombre en un zarzal, vive un caracolito con casa; es muy pequeñín, pero tiene la edad suficiente para casarse. Está a no más de cien pasos de hombre de aquí.

-Muy bien, pues que venga -dijeron los viejos-. Él posee un bosque de lampazos, y ella, sólo un zarzal.

Y enviaron recado a la señorita caracola. Invirtió ocho días en el viaje, pero ahí estuvo precisamente la distinción; por ello pudo verse que pertenecía a la especie apropiada.

Y se celebró la boda. Seis luciérnagas alumbraron lo mejor que supieron; por lo demás, todo discurrió sin alboroto, pues los viejos no soportaban francachelas ni bullicio. Pero Madre Caracola pronunció un hermoso discurso; el padre no pudo hablar, por causa de la emoción. Luego les dieron en herencia todo el bosque de lampazos y dijeron lo que habían dicho siempre, que era lo mejor del mundo, y que si vivían honradamente y como Dios manda, y se multiplicaban, ellos y sus hijos entrarían algún día en la casa señorial, serían cocidos hasta quedar negros y los pondrían en una fuente de plata.

Terminado el discurso, los viejos se metieron en sus casas, de las cuales no volvieron ya a salir; se durmieron definitivamente. La joven pareja reinó en el bosque y tuvo una numerosa descendencia; pero nadie los coció ni los puso en una fuente de plata, de lo cual dedujeron que la mansión señorial se había hundido y que en el mundo se había extinguido el género humano; y como nadie los contradijo, la cosa debía de ser verdad. La lluvia caía sólo para ellos sobre las hojas de lampazo, con su rampataplán, y el sol brillaba únicamente para alumbrarles el bosque y fueron muy felices. Toda la familia fue muy feliz, de veras.

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miércoles, 7 de marzo de 2012

La paja, la brasa y la alubia

Vivía en un pueblo una anciana que, habiendo recogido un plato de alubias, se disponía a cocerlas. Preparó fuego en el hogar y, para que ardiera más deprisa, lo encendió con un puñado de paja. Al echar las alubias en el puchero, se le cayó una sin que ella lo advirtiera, y fue a parar al suelo, junto a una brizna de paja. A poco, una ascua saltó del hogar y cayó al lado de otras dos.

Abrió entonces la conversación la paja: - Amigos, ¿de dónde venís?

Y respondió la brasa: - ¡Suerte que he tenido de poder saltar del fuego! A no ser por mi arrojo, aquí se acababan mis días. Me habría consumido hasta convertirme en ceniza.

Dijo la alubia: - También yo he salvado el pellejo; porque si la vieja consigue echarme en la olla, a estas horas estaría ya cocida y convertida en puré sin remisión, como mis compañeras.

- No habría salido mejor librada yo -terció la paja-. Todas mis hermanas han sido arrojadas al fuego por la vieja, y ahora ya no son más que humo. Sesenta cogió de una vez para quitarnos la vida. Por fortuna, yo pude deslizarme entre sus dedos.

- ¿Y qué vamos a hacer ahora? -preguntó el carbón.

- Yo soy de parecer -propuso la alubia-, que puesto que tuvimos la buena fortuna de escapar de la muerte, sigamos reunidos los tres en amistosa compañía, y, para evitar que nos ocurra aquí algún otro percance, nos marchemos juntos a otras tierras.

La proposición gustó a las otras dos, y todos se pusieron en camino. Al cabo de poco llegaron a la orilla de un arroyuelo, y, como no había puente ni pasarela, no sabían como cruzarlo. Pero a la paja se le ocurrió una idea: - Yo me echaré de través, y haré de puente para que paséis vosotras.

Tendióse la paja de orilla a orilla, y el ascua, que por naturaleza era fogosa, apresuróse a aventurarse por la nueva pasarela. Pero cuando estuvo en la mitad, oyendo el murmullo del agua bajo sus pies, sintió miedo y se paró, sin atreverse a dar un paso más.

La paja comenzó a arder, y, partiéndose en dos, cayó al arroyo, arrastrando al ascua, que, con un chirrido, expiró al tocar el agua. La alubia, que, prudente, se había quedado en la orilla, no pudo contener la risa ante la escena, y tales fueron sus carcajadas, que reventó.

También ella habría acabado allí su existencia; pero quiso la suerte que, un sastre que iba de viaje, se detuviese a descansar a la margen del riachuelo. Como era hombre de corazón compasivo, sacó hilo y aguja y le cosió el desgarrón. La alubia le dio las gracias del modo más efusivo; pero como el sastre había usado hilo negro, desde aquel día todas las alubias tienen una costura negra.

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miércoles, 29 de febrero de 2012

El águila y el leñador

Un leñador encontró un águila atrapada en una trampa. La belleza y la majestuosidad del ave le impresionaron tanto que la liberó.

Tiempo después, el leñador estaba comiendo sentado en una gran piedra al pie de una gran roca. El águila cayó en picada y le quitó la gorra.

El hombre, instintivamente, dio unos pasos para seguirla y, de repente, la gran roca sobre la que estaba se desprendió y cayó por un precipicio.

El águila agradecida le había devuelto el favor.

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miércoles, 22 de febrero de 2012

Jorinde y Joringel

Érase una vez un viejo palacio en medio de un gran y espeso bosque, y dentro del palacio vivía completamente sola una vieja mujer que era una bruja muy bruja. De día se convertía en un gato o en un búho y por la noche volvía a recuperar su verdadera figura humana.

Sabía atraer a los animales salvajes y a los pájaros, y luego los mataba y los cocía o los asaba. Cuando alguien se acercaba a cien pasos del palacio tenía que detenerse y no se podía mover del sitio hasta que ella le soltaba; en cambio, si una inocente doncella entraba en ese círculo, la transformaba en un pájaro y luego la encerraba en una cesta en los cuartos del palacio. Tenía en el palacio sus buenas siete mil cestas con tan singulares pájaros.

Había una vez una doncella que se llamaba Jorinde y era más bella que ninguna otra muchacha. Ella y un joven muy hermoso llamado Joringel se habían prometido en matrimonio. Estaban en los días de noviazgo y su mayor placer era estar el uno con el otro. Para poder hablar por una vez a solas se fueron a pasear al bosque.

-¡Guárdate mucho de acercarte demasiado al palacio! -dijo Joringel.

Era una bella tarde, el sol brillaba claro entre los troncos de los árboles penetrando en el verde oscuro del bosque y la tórtola cantaba quejumbrosa sobre las viejas hayas.

Jorinde se echó a llorar, se sentó al sol y empezó a lamentarse. Joringel se lamentó también. Estaban tan espantados como si fueran a morirse. Miraron a su alrededor desorientados y no sabían cómo volver a casa. La mitad del sol estaba aún por encima de la montaña y la otra mitad por debajo. Joringel miró entre los matorrales y vio muy cerca de él el viejo muro del palacio, se asustó y le entró pánico. Jorinde cantó:

Pajarito mío de roja banda
canta mi pena, penita, pena.
La palomita su muerte canta,
canta su pe..., ¡pío! ¡pi!, ¡pío! ¡pi!

Joringel buscó a Jorinde con la mirada. Jorinde se había transformado en un ruiseñor que cantaba: «¡Pío! ¡Pi! ¡Pío! ¡Pi!» Un búho con ojos que echaban chispas voló tres veces a su alrededor y gritó tres veces: «¡Uhú! ¡Uhú! ¡Uhú! » Joringel no podía moverse; estaba allí como una piedra, no podía llorar, ni hablar, ni mover las manos ni los pies.

Entonces se puso el sol. El búho voló hasta un matorral, e inmediatamente después salió de él una vieja y encorvada mujer, amarilla y flaca, de grandes ojos rojos y aguileña nariz, cuya punta le llegaba hasta la barbilla. Murmuró algo, capturó al ruiseñor y se lo llevó. Joringel no pudo decir nada ni moverse del sitio.

El ruiseñor desapareció. Finalmente la mujer volvió y dijo con voz bronca:

-¡Hola, Zaquiel! ¡Cuando la luz de la lunita brille en la cestita libéralo, Zaquiel, en buena hora!

Entonces Joringel quedó libre; se arrodilló ante la mujer y le suplicó que le devolviera a su Jorinde, pero ella dijo que jamás volvería a tenerla y se marchó. Él clamó, lloró y se lamentó, pero todo fue en vano. «¡Ay! ¿Qué va a ser de mí?», pensó. Joringel se marchó y finalmente llegó a un pueblo desconocido; allí estuvo apacentando cabras mucho tiempo.

A menudo rodeaba el palacio, pero sin acercarse demasiado. Hasta que una noche soñó que se encontraba una flor roja como la sangre con una perla hermosa y grande en el centro, y cortaba la flor y se iba con ella al palacio. Todo lo que tocaba con la flor quedaba libre del encantamiento. También soñó que de esa manera recuperaba a su Jorinde.

Por la mañana, cuando se despertó, empezó a buscar una flor así por montañas y valles. Siguió buscando hasta el noveno día y entonces, por la mañana temprano, encontró la flor roja como la sangre. En el centro tenía una gota de rocío, tan grande como la más hermosa perla. Aquella flor la llevó día y noche hasta llegar al palacio.

Cuando llegó a cien pasos del palacio no se quedó paralizado, sino que siguió avanzando hacia la puerta. Joringel se alegró mucho, tocó el portón con la flor y éste se abrió de par en par; entró, atravesó el patio y escuchó con atención a ver si oía los numerosos pájaros.

Por fin los oyó; fue y encontró el salón. Allí estaba la bruja dando de comer a los pájaros en las siete mil cestas. Cuando vio a Joringel se puso furiosa, muy furiosa, escupió veneno y bilis contra él, pero no pudo acercársele a dos pasos. Él no se volvió hacia ella y fue directo a mirar las cestas de los pájaros; pero allí había muchos cientos de ruiseñores. ¿Cómo iba a encontrar a su Jorinde?

Mientras estaba mirando se dio cuenta de que la vieja cogía a escondidas un cestito con un pájaro y se iba con él hacia la puerta. Se fue hacia allí inmediatamente, tocó el cestito con la flor y también a la vieja. Entonces ella ya no pudo hacer magia, y Jorinde estaba allí, abrazada a su cuello, y tan bella como había sido siempre, y él convirtió también de nuevo en doncellas a los demás pájaros y luego se fue con su Jorinde a casa, y juntos vivieron felices durante mucho tiempo.

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miércoles, 15 de febrero de 2012

La zorra y el carnero

Una zorra sedienta iba por el campo buscando agua. Por fin encontró un pozo, pero sólo tenía agua en el fondo.

La zorra estudió la situación y descubrió que para sacar el agua había un sistema de poleas con un balde que, al bajar, hacía subir otro. La zorra se puso sobre un balde y en un instante estuvo en el fondo donde bebió todo lo que quiso.

Ahora no podía subir, pero la zorra había pensado que el mundo está lleno de tontos. Y, al poco rato, se asomó al pozo un carnero que buscaba agua.

La zorra le explicó el sistema y le dijo:

- Monta en el balde. Tú desciendes y yo subo.
- Sí, ¿y después? -preguntó el otro.
- Muy sencillo: tú subes, yo bajo.

El carnero montó en el balde y enseguida estuvo en el fondo y la zorra arriba. Pero en cuanto salió, la zorra se despidió y se fue.

- Espera! -dijo el carnero. - Me habías prometido que me subirías!
- Qué promesas ni promesas! -contestó la zorra. - Eran planes, no promesas.

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miércoles, 8 de febrero de 2012

La Osa Mayor y la Osa Menor

Hace mucho, muchísimo tiempo, vivió Hans, un joven gigante muy bueno y servicial. Se prestaba de buen grado a hacer cualquier trabajo y, gracias a su enorme fuerza, hacía el solo el trabajo de doce hombres. Pero después exigía que se respetaran los tratos y, si alguno intentaba aprovecharse de su buen carácter para engañarlo, se enfadaba y se volvía peligroso.

Una vez, un carretero intentó con falsos pretextos darle mucho menos dinero de lo que habían acordado, ayudado por su mujer. Hans lo puso en el carro y lo lanzó al cielo; después puso a la mujer en otro carro y la lanzó al cielo también a ella.

Pero la mujer, como pesaba menos, llegó más arriba que su marido. El hombre la vio pasar, pero no pudo hacer nada para detener el carro en el que iba su mujer.

- Ven aquí! -la llamó con todas sus fuerzas.
- No puedo ir! Ven tú aquí a buscarme!

Desde entonces, ambos continúan corriendo por el cielo sin poderse dar alcance, por no haber querido pagar lo acordado al joven gigante. Los astrónomos los llaman la Osa Mayor y la Osa Menor.

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miércoles, 1 de febrero de 2012

El cisne y la oca

Un cisne y una oca habían sido comprados en el mercado el mismo día y llevados juntos al estanque de una gran mansión. Ambos estaban destinados al disfrute de su amo: el cisne a alegrarle la vista y el oído con sus bellas formas y su canto legendario, y la oca a deleitarle el estómago con su sabrosa carne y su fino hígado.

Durante un tiempo vivieron felices y contentos como buenos amigos. Chapoteaban todo el día en el agua y el señor y sus invitados iban siempre al estanque para admirar y alabar a los dos animales y les echaban comida.

Pero llegó el día en que el dueño mandó cocinar la oca. El cocinero fue al estanque a buscar a la involuntaria huésped de honor del banquete. Casualmente aquel día el cocinero, después de una larga noche de diversión, estaba borracho y, en vez de la oca, tomó al cisne.

Cuando éste vio el cuchillo cerca de su cuello, entonó su famoso último canto. El cocinero quedó tan sorprendido que no quiso matarlo.

Y así se salvaron los dos amigos.

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miércoles, 25 de enero de 2012

El rey de la selva va a la guerra

El rey León se disponía a ir a la guerra y había llamado a las armas a todos los animales.

Sus ministros e íntimos colaboradores habrían querido no reclutar al menos al asno y al conejo, porque pensaban que uno era demasiado tonto y el otro tenía demasiado miedo.

- Nada de eso! -dijo el rey. - El asno, cuya voz todavía es más fuerte que la mía nos servirá de trompetero; el conejo, como es muy veloz, nos será muy útil como mensajero.

Para vencer, hay que tomar de cada uno lo mejor que tenga.

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miércoles, 18 de enero de 2012

El búho

Un par de siglos atrás, la gente no era tan lista y avisada como es ahora, ni mucho menos. Pues por aquellos días sucedió en una pequeña ciudad el extraño acontecimiento que voy a contaros.

Un anochecer llegó de un bosque próximo una de esas grandes lechuzas que solemos llamar búhos o granduques, y fue a meterse en el granero de un labrador, donde pasó la noche. A la mañana siguiente no se atrevió a abandonar su refugio, por miedo a las demás aves, que, en cuanto la descubren, prorrumpen en un espantoso griterío.

Cuando el mozo de la granja subió al granero por paja, asustóse de tal modo al ver al búho posado en un rincón, que escapó corriendo y dijo a su amo que en el pajar había un monstruo como no viera otro semejante en toda su vida; movía los ojos en torno a la cabeza, y era capaz de tragarse a cualquiera sin cumplidos.

- Ya te conozco -respondió el amo. Eres lo bastante valiente para correr tras un mirlo en el campo; pero en cuanto ves un pollo muerto, te armas de un palo antes de acercarte a él. Tendré que subir yo mismo, a averiguar qué monstruo es ése que dices.

Y dirigiéndose, animoso, al granero, echó una mirada al lugar indicado, y al descubrir al extraño y horrible animal, entróle un espanto parecido al de su criado. Bajó en dos saltos y corrió a alarmar a los vecinos, pidiéndoles asistencia contra un animal peligroso y desconocido, que podía poner en peligro a toda la ciudad si le daba por salir de su granero.

Movióse gran alboroto y griterío en las calles. Los burgueses acudieron armados de chuzos, horquillas, hoces y hachas, como si se tratase de presentar batalla a algún formidable enemigo. Luego se presentaron también los miembros del Consejo, con el burgomaestre a la cabeza, y, una vez formados todos en la plaza del mercado, iniciaron la marcha hacia el granero y lo rodearon por todas partes. Adelantóse entonces uno de los más bravos y entró pica en ristre; pero inmediatamente volvió a salir, pálido como un muerto e incapaz de proferir palabra tras el grito de espanto que le había arrancado la vista del monstruo. Otros dos se aventuraron a probar suerte, pero retrocedieron tan aterrorizados como el primero.

Finalmente, avanzó un individuo alto y forzudo, famoso por sus hazañas guerreras, y dijo:
- Con sólo mirarla no ahuyentaréis esa bestia monstruosa. Hay que actuar en serio; mas veo que todos sois unas mujerzuelas y que nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.

Pidió que le prestasen una armadura, espada y pica, y se aprestó al combate. Todos ensalzaron su valor, y eran muchos los que temían por su vida. Abrieron la doble puerta del granero y apareció el búho, que, entretanto, se había posado en uno de los grandes travesaños. Mandó él que trajesen una escalera de mano, y cuando la colocó y se dispuso a encaramarse en ella, todos lo animaron a gritos y lo encomendaron a San Jorge, el matador del dragón. Llegado arriba, cuando el búho comprendió sus propósitos agresivos, turbado, además, por el griterío de la multitud y no viendo el medio de escapar, empezó a girar los ojos, erizó las plumas, desplegó las alas y, castañeando con el pico, con voz ronca lanzó su grito: «¡Chuhú, chuhú!».

- ¡Embístele, embístele! - gritaba la gente desde abajo al esforzado héroe.

- Si estuvierais aquí conmigo - respondió él -, a buen seguro que no gritaríais así. Subió otro peldaño; pero entróle un fuerte temblor y emprendió la retirada, casi desmayado.

Ya no quedaba nadie dispuesto a arrostrar el peligro.

- Este monstruo - decían -, con sólo su grito y su aliento ha envenenado y malherido al más fuerte y valiente de nuestros hombres. ¿Vamos también a exponer la vida de los demás?

Deliberaron acerca de lo que convenía hacer para evitar la ruina de la ciudad. Durante buen rato nadie encontró remedio; hasta que, por fin, el alcalde dijo:

- Mi opinión es la de que todos contribuyamos a indemnizar al propietario el valor de este granero con todo lo que contiene, grano, paja y heno, y le peguemos fuego para que se incendie todo con la terrible bestia; de esta manera, nadie habrá de exponer su vida. Es un caso en que no hay que andarse con reparos; la tacañería sería contraproducente.

Todo el mundo se declaró conforme con la proposición e incendiaron el pajar por los cuatro costados, y junto con él quedó el pobre búho reducido a cenizas. Y el que no quiera creerlo, que vaya a preguntarlo.

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miércoles, 11 de enero de 2012

Piel de Asno

Un rey rico y poderoso, pero anciano y malo, estaba empeñado en casarse con una damisela de la corte, bellísima y muy joven. Ella no quería y pidió ayuda a su madrina.

- Al rey nunca se le puede decir que no -pensó la mujer. - Pero se pueden poner condiciones absurdas. Pídele la piel de su asno.

Se trataba de un asno mágico al que el rey debía todo su poder; por tanto, se suponía que no querría sacrificarlo. Pero el rey no tardó en enviar a la joven lo que había pedido.

Sólo le quedaba una solución: huir. La joven se puso la piel del asno para que no la reconocieran y se refugió en un país vecino. Para vivir trabajó de criada en una posada; lo hacía todo bien, especialmente las tartas.

Nunca se quitaba su disfraz, que le daba un aspecto horrible, pero seguro. Sólo en la soledad de su habitación se lavaba y peinaba con cuidado y se ponía su rico vestido cortesano, que había llevado con ella.

Un día llegó a la posada el hijo del rey. Halló una puerta cerrada y, curioso, miró por el ojo de la cerradura: vio una muchacha tan hermosa que se enamoró inmediatamente de ella. Preguntó y le dijeron que allí sólo estaba Piel de Asno, una criada sucia y harapienta que no merecía ni un solo minuto de atención de su alteza.

El príncipe tuvo que rendirse a la evidencia; pero enfermó de amor y dejó de comer. Dijo que sólo comería una tarta que hiciera para él Piel de Asno. Sus padres, desesperados, mandaron la orden a la posada. Al hacer la masa la criada perdió, sin darse cuenta, su anillo. El príncipe lo encontró en la tarta y lo reconoció inmediatamente: él lo había visto por el ojo de la cerradura e ideó una estratagema.

El príncipe dijo que quería casarse con la joven a quien ajustara perfectamente el anillo. Con tal de verlo contento, el rey y la reina también le concedieron ésto, sobre todo porque un dedo tan fino como para que entrara aquel diminuto anillo sólo podía pertenecer a una gran dama.

Comenzaron las pesquisas y, al final, el anillo se lo probó también Piel de Asno.La criada no tuvo dificultad en demostrar que el anillo era suyo y que ella era la hermosa joven que el príncipe había visto en la posada. Todo se aclaró y la fastuosa boda se celebró aquel mismo día con gran alegría de todos los súbditos del reino.

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miércoles, 4 de enero de 2012

El avaro mercader

Erase un mercader tan avaro que, para ahorrarse la comida de su asno, al que hacía trabajar duramente en el transporte de mercancías, le cubría la cabeza con una piel de león y como la gente huía asustada, el asno podía pastar en los campos de alfalfa.

Un día los campesinos decidieron armarse de palos y hacer frente al león. El pobre asno, que estaba dándose el gran atracón, rebuznó espantado al ver el número de sus enemigos.

-Es un borrico! -dijeron los campesinos-. Pero la culpa del engaño debe ser cosa de su amo. Sigámosle y descubriremos al tunante.

El pobre asno emprendió la gran carrera hasta la cuadra del mercader; y tras él llegaron los campesinos armados con sus palos propinando tal paliza al avaro, que en varios días no pudo moverse.

Al menos la lección sirvió para que aquel avaricioso alimentase a su asno con pienso comprado con el dinero que el fiel animal le daba a ganar.

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