Bienvenido a nuestro "Libro de Cuentos", esperamos que puedas encontrar aquí tus historias favoritas.
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miércoles, 29 de agosto de 2012

Apolo y el pastor

Apolo era el dios griego de la música. Estaba muy orgulloso de saber tocar la lira tan bien. No había ningún otro músico que se le pudiera comparar. Pero un día, se enteró de que un pastor llamado Marsia, tocaba con su flauta melodías tan dulces como las suyas.

Apolo invitó a Marsia a Delfos, la isla donde residía, y lo desafió.

El dios y el pastor tocaron delante de todos, y de sus instrumentos salieron las músicas más armoniosas. Las Musas eran los jueces, y no supieron decidir quién era el mejor.

Apolo, molesto, propuso una segunda prueba.
- ¡Y ahora tocaremos los dos cabeza abajo!

Apolo tocó primero y, aunque estaba con la cabeza en el suelo, de su lira salieron notas maravillosas.  Después le tocó el turno a Marsia, que se llevó a los labios la parte de atrás de su flauta.

El pobrecillo sopló y sopló, pero no salió ningún sonido. Sólo entonces se dio cuenta de que había sido engañado porque la flauta no puede ser tocada con la cabeza abajo y los pies arriba.

Apolo venció, pero las Musas no le dieron el premio porque había utilizado un engaño.

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miércoles, 22 de agosto de 2012

El cascabel del gato

Hace mucho tiempo, los ratones se reunieron en asamblea para tratar de su triste situación. Los oradores estuvieron de acuerdo en echarle todas las culpas al gato y estudiaron la forma de escapar de sus garras.

Tras un largo período de deliberación, se aprobó por unanimidad esta solución: a todos los gatos se les colocaría un cascabel, para escucharlos cuando se acercaban.

Aquella ley de los ratones todavía está en vigor, aunque aún no ha aparecido ningún ratón que se atreva a ponerle el cascabel siquiera a un gato.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

La aguja de zurcir

Una gruesa aguja de zurcir se daba tanta importancia como si fuera una aguja de bordar, hasta que un día, al atravesar una tela dura, se le rompió el ojo.

Pero su dueña no la tiró, sino que la usó para sujetarse el chal. La aguja pensó que la habían ascendido y y se dio todavía más importancia.

Un día, se desprendió de su puesto en el cuello de la mujer y acabó en el fregadero. No se sintió humillada; al contrario, pensó que había sido nombrada gran almirante del océano y que había sido enviada por la Reina Isabel la Católica a descubrir nuevas tierras.

Descubrió solamente las alcantarillas, pero todas las porquerías que pasaban por encima hacían que se sintiera más importante. Se hizo amiga de un trozo de botella, que brillaba, y por eso lo consideró digno de dirigirle la palabra.

- Veo que es usted un diamante...
- Veo que es usted una magnífica espada...
- Sí, soy la espada de Carlomagno...

Si no me equivoco, todavía están contándose, orgullosos, sus glorias pasadas.

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miércoles, 8 de agosto de 2012

Los gansos

- ¡Ay, gansos, gansitos
de rojos piquitos!
¿En dónde estuvísteís?
¿Qué fue lo que visteis?

- Al lobo hemos visto;
se llevó un gansito,
el mejor de todos,
el más crecidito.

- ¡Ay, gansos, gansitos
de rojos piquitos!
¡Atacad al lobo!
¡Salvad al gansito!

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miércoles, 1 de agosto de 2012

La bruja ciervo y la mariposa

Un joven dando un paseo a caballo avistó un día un magnífico ciervo y lo persiguió por todo el bosque. Galopando, galopando, llegó ante una casucha perdida entre los árboles y allí el ciervo se transformó en una vieja y malvada bruja.

- ¡También tú has caído en la trampa! -dijo la bruja tendiéndole su nudosa mano. - Ahora le transformaré en un animal.

El joven, aterrorizado, intentó huir; pero un sapo que estaba detrás se convirtió en un oso y le cerró el paso. Entretanto la bruja se había convertido en una corneja y voló sobre el cazador para consumar su maleficio.

Pero una mariposa se posó en el hombro del joven y eso bastó para romper el encantamiento: la mariposa, que era una bella cazadora, tensó su arco y apuntó a la bruja.

- ¡Y ahora, malvada bruja, déjanos libres a todos o acabaré de una vez por todas contigo!

Y así el oso, que era hermano de la joven, también recuperó su aspecto humano. Los tres montaron en el caballo y huyeron, seguidos inútilmente por la corneja, que no paraba de graznar.

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