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miércoles, 15 de agosto de 2012

La aguja de zurcir

Una gruesa aguja de zurcir se daba tanta importancia como si fuera una aguja de bordar, hasta que un día, al atravesar una tela dura, se le rompió el ojo.

Pero su dueña no la tiró, sino que la usó para sujetarse el chal. La aguja pensó que la habían ascendido y y se dio todavía más importancia.

Un día, se desprendió de su puesto en el cuello de la mujer y acabó en el fregadero. No se sintió humillada; al contrario, pensó que había sido nombrada gran almirante del océano y que había sido enviada por la Reina Isabel la Católica a descubrir nuevas tierras.

Descubrió solamente las alcantarillas, pero todas las porquerías que pasaban por encima hacían que se sintiera más importante. Se hizo amiga de un trozo de botella, que brillaba, y por eso lo consideró digno de dirigirle la palabra.

- Veo que es usted un diamante...
- Veo que es usted una magnífica espada...
- Sí, soy la espada de Carlomagno...

Si no me equivoco, todavía están contándose, orgullosos, sus glorias pasadas.

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