Bienvenido a nuestro "Libro de Cuentos", esperamos que puedas encontrar aquí tus historias favoritas.
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jueves, 31 de enero de 2013

El zorro Renardo y las anguilas

Un pescador regresaba a su casa con el carro lleno de anguilas. El zorro Renardo lo vio y enseguida planeó la forma de procurarse una suculenta cena: se tumbó en medio del camino y se fingió muerto.

Al verlo, el pescador se  dejó engañar. Recogió al zorro, convencido de haber conseguido una buena piel y lo metió en un cajón. Cuando el pescador vovlió a su puesto al frente del carro, Renardo se apresuró a tirar todas las anguilas al camino, después saltó, las recogió y se fue.

Así el ingenuo y avaricioso pescador se quedó sin piel y sin pescado.

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miércoles, 23 de enero de 2013

El gigante Hans se hace leñador

El gigante Hans se ofreció como leñador. El primer día de trabajo no se preocupó ni siquiera de causar una buena impresión. Al amanecer, cuando sus compañeros lo despertaron para ir al bosque, ni siquiera se levantó.

Cuando por fin se decidió a levantarse, lo primero que hizo fue prepararse un cocido de garbanzos y se los comió todos. Los garbanzos eran el secreto de su fuerza prodigiosa. Después Hans se fue al bosque, arrancó los dos árboles mayores como si fueran hierbecillas y los cargó en el carro.

De vuelta, se encontró con una garganta profunda en el camino, cerrada por una barrera de troncos. Hans no perdió tiempo; levantó por encima de su cabeza el carro, con caballo y todo, y lo dejó al otro lado.

En casa, el patrón se puso contentísimo de verlo regresar antes que los otros con aquellos dos enormes árboles. Hans se fue a dormir, sin perder tiempo en parloteos.

Cuando regresaron sus compañeros, fueron a quejarse al patrón.
- Hans todavía está durmiendo.
- Sí, pero mientras duerme, pesca dos piezas como éstas - y les señaló los dos enormes árboles que había traído Hans.

Los hombres no pudieron decir más nada, y se fueron a descansar.

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miércoles, 16 de enero de 2013

La víbora, las ranas y la culebra

Una víbora iba a menudo a beber en una charca que una culebra consideraba suya, hasta que llegó un momento que los dos animales se declararon la guerra. Las ranas, eternas enemigas de las culebras, se aliaron con la víbora.

El día de la batalla decisiva, las ranas -como no sabían hacer nada más- empezaron a croar. Después, cuando la víbora venció, pretendieron su parte del botín.

La víbora se puso a silbar y les dijo:

- ¡Os pago con vuestra misma moneda!

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miércoles, 9 de enero de 2013

Las abejas y los abejorros ante el juez

Las abejas y los abejorros estaban discutiendo porque unas y otros sostenían ser los dueños de la miel de un panal. Como no se ponían de acuerdo, acabaron todos ante el juez. Este, que era una avispa, no conseguía descubrir la verdad, a pesar de poner mucho empeño.

Había testigos que decían haber visto salir insectos amarillos y negros del panal, pero ésto no resolvía nada porque tanto las abejas como los abejorros son insectos amarillos y negros. La avispa tuvo que realizar indagaciones e interrogatorios, pero el proceso no acababa nunca, y la reina de las abejas se cansó.

- Cuanto más avanzamos, más tiempo y dinero perdemos -dijo a su pueblo. - Nosotras no trabajamos y mientras tanto nuestra miel se estropea en el panal. Os propongo una solución: nosotras y los abejorros construiremos otro panal. El que lo haga mejor y en menos tiempo, será quien tenga razón.

Naturalmente, los abejorros, que no saben construir panales, no aceptaron... y por ello supo la avispa que la miel del panal sólo podía pertenecer a las abejas.

Una vez más había vencido la buena voluntad.

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miércoles, 2 de enero de 2013

El sombrero de Hanaco

Hanaco, la hija del samurai, estaba obligada a llevar un feo sombrero que le tapaba la cara. Se lo había puesto su padre antes de morir y desde entonces nadie había conseguido quitárselo.

En el pueblo todos se burlaban de ella a causa de aquel sombrero. Cansada de las burlas, la joven prefirió marcharse de allí. Después de mucho caminar llegó a una ciudad donde, para ganarse la vida, entró al servicio del príncipe.

Pero ahora eran los demás criados los que se burlaban y la maltrataban. Un día el hijo del príncipe encontró a Hanaco llorando. Escuchó su historia y quedó tan conmovido que pidió a su padre permiso para casarse con ella. ¿Pero cómo iba un noble a casarse con una sierva? Para poner fin a aquella historia, Hanako fue expulsada de palacio.

Ya iba a salir de la sala del trono cuando el gran sombrero cayó por sí sólo y mostró la extraordinaria belleza de la joven y también las joyas, que durante tanto tiempo habían estado escondidas en aquel excepcional cofre, rodaron por el suelo.

Un ministro reconoció a la hija del samurai, que pudo así casarse con el joven príncipe.

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