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lunes, 2 de agosto de 2010

Las tres cabritas

Un pastorcito tenía tres cabras; todas ellas muy listas, lindas y alegres. Las cabritas, entre ellas, solían hablar cosas muy chistosas.

- ¡Ay, me gustaría que nos sucediera una aventura interesantísima!

La más comodona replicaba:
- ¿Para qué? Es tan tranquilo vivir sin aventuras.
- Pero no se pasa emoción -decía la tercera.

Y, mientras tanto, el pastorcito en las nubes, tocando la flauta sin cesar. Si la dejaba a un lado era para decir:
- ¡Qué feliz soy! A mí me que me den cabras y pájaros y florecillas, pero especialmente ¡música!

Y volvía a sus melodías, seguro de hacer feliz a cuanto animalito vivía en el florido monte.

Ni las cabras ni el pastor se daban cuenta de que eran observados por un enanito oculto bajo un puente. La más aventurera de las cabritas proponía en aquel momento a sus compañeras:

- ¿Qué tal si damos comienzo a la primera de nuestras aventuras? Yo iré lejos, al otro lado del puete, y así nuestro pastorcito se dará un buen susto. Además, allí podremos comer hierba fresca.
- ¿Al otro lado del puente? - se asombró la tranquilona.
- ¡Ay, hija, qué timorata me estás resultando! -dijo la audaz, presumiendo de valiente. Y se marchó, para que vieran de lo que era capaz.

Lo que desconocía la cabrita era que el puente era custodiado por el aterrador enano, que se comía a todo el que pasaba por allí.

- ¡Qué banquete me voy a dar! -se propuso el enano, al verla llegar. Sin más, se presentó ante la cabrita, dándole el alto:

- Hola, amiga mía... ¿Sabes que eres preciosa?
- Eso dice Juanín, mi pastor -replicó la cabra.
- ¿Quieres venir a mi casa, para que pueda obsequiarte con una hierba especial, que en vez de verde es azul, y que sabe a gloria?

La cabrita, que además de valiente era lista, como ya se ha dicho, receló:
- ¡Me gustaría tanto probar tu hierba azul! Pero hoy Juanín va a darnos un pienso que engorda mucho. Volveré mañana con mis compañeras.

El enano la dejó ir, ya que al día siguiente tendría tres. Pero sólo apareció la segunda de las cabritas. El enano, muy terrible, se adelantó escondiendo un cuchillo en su mano. Entonces la cabrita, que no había creído del todo el cuento de su amiga suponiéndola medrosa, comprobó que era verdad.

- ¡Ay, enanito, si vieras qué gordas se han puesto mis compañeras! Mañana vendremos las tres.

El enano pensó que era mejor esperar de nuevo, y así se apoderaría de las tres.

Reunidas ellas, pensaron que podían haberse equivocado al suponer en el enano tan funestas intenciones.

- Iré yo al puente y ya veré -dijo la tercera cabrita, todo porque no la tildasen de cobarde.

El enano se asombró mucho de verla sola, pero salió a capturarla con la intención de no esperar más y comérsela.
Del susto, la cabrita arremetió contra su menudo enemigo que, del topetazo, fue a parar al río.

- ¡Ay de mí! -se quejó, frotándose la parte malparada y tragando agua.

Corriendo como si tuviese alas, la cabrita regresó junto a sus amigas y cerca de Juanín, que tenía bastante con tocar su flauta.

- ¡Amigas mías! ¡Todo era verdad! El enano es malo.

La cabrita aficionada a las aventuras discurrió un terrible plan. Lo comunicó a las demás y pronto empezaron a afilarse los cuernos en una roca.

Juanín, toca que te tocarás, seguía en la luna. Ni siquiera se dio cuenta de que se habían marchado.

Cuando el enano divisó a las tres cabritas, se le hizo agua la boca y empezó a relamerse. ¡Ya eran suyas! Y, para colmo de su alegría, ellas parecían muy cariñosas.

- Antes que nada, queremos darte un beso, enanito, por haber guardado para nosotras esas hierbas azules tan sabrosas.
- ¡Je...je...! Todos los besitos que queráis, ricas.

Y se acercó a ellas tan confiado, pensando en lo bien que sabrían, y entonces la primera cabrita lanzó un grito de guerra:
- ¡Allá va...! -y le pinchó con su afilado cuernito.
- ¡Allá va...! -dijo también la segunda, y luego la tercera.
- ¡Ay de mí! - ¡Ay de mí! -gritó el malvado enano, sintiéndose tan pinchado por las seis puntitas de los cuernos. - ¡Ay, si me hubiera conformado con la primera cabrita, no me pasaría ésto!

Y corrió y corrió todo cuanto le dieron las piernas.

- ¡Este ya no vuelve! -dijo la primera cabrita.
- Le hemos dado una buena lección -añadió la segunda.

La más miedosa dijo:
- La verdad, ésto de correr aventuras me está gustando...

Pero, por si acaso, regresaron junto a Juanín, sintiéndose más seguras y, especialmente, amenizadas, ya que seguía dándole a la flauta. Desde entonces el puente fue seguro y las cabritas podían ir a comer la hierba fresca del otro lado.

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