Eranse que se eran un abuelo y una abuela. Tenían una gallinita bonita, pinta.
La gallina puso un huevo, pero no corriente, sino de oro reluciente.
El abuelo lo golpeó más de una vez, pero nunca lo pudo romper.
La abuela también lo golpeó, pero tampoco lo rompió.
Un ratoncillo, al correr, al huevo dio con el rabillo, y lo hizo caer. El huevecico quedó hecho añicos.
El abuelo lloraba, la abuela estaba desconsolada y la gallinita pinta cacareaba:
Co-co-co-cóo! Co-co-co-cóo!Consuélate, abuelita; no llores, abuelito! Que yo os pondré otro huevecito, pero no de oro reluciente, sino de los corrientes!
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