Un aldeano envidiaba la vida rica de los médicos, los abogados o los notarios. Un buen día se compró una peluca y una toga negra y clavó en su puerta una placa que decía: "Doctor Sabelotodo".
Acababa de ponerla cuando pasó un hombre al que habían robado una buena cantidad de dinero. "Si éste lo sabe todo, también sabrá quiénes han sido los ladrones", pensó. Y lo invitó a su casa a comer.
Entró un criado y el "doctor" dijo:
- Muy bien! Ya tenemos el primero.
Quería decir que aquel era el primer plato, pero el criado, que era uno de los ladrones, creyó que lo había descubierto. Volvió a la cocina aterrorizado y le dijo al otro criado:
- Ve tú a servir la carne.
El segundo criado, que era el segundo ladrón, salió y el Doctor Sabelotodo dijo:
- Muy bien! Ya tenemos el segundo.
E hizo lo mismo con el "tercero". Los ladrones confesaron y devolvieron el dinero. El dueño de la casa recompensó al Doctor Sabelotodo con mucho dinero; pero el mayor premio fue la fama que adquirió, la de un sabio infalible.
Acababa de ponerla cuando pasó un hombre al que habían robado una buena cantidad de dinero. "Si éste lo sabe todo, también sabrá quiénes han sido los ladrones", pensó. Y lo invitó a su casa a comer.
Entró un criado y el "doctor" dijo:
- Muy bien! Ya tenemos el primero.
Quería decir que aquel era el primer plato, pero el criado, que era uno de los ladrones, creyó que lo había descubierto. Volvió a la cocina aterrorizado y le dijo al otro criado:
- Ve tú a servir la carne.
El segundo criado, que era el segundo ladrón, salió y el Doctor Sabelotodo dijo:
- Muy bien! Ya tenemos el segundo.
E hizo lo mismo con el "tercero". Los ladrones confesaron y devolvieron el dinero. El dueño de la casa recompensó al Doctor Sabelotodo con mucho dinero; pero el mayor premio fue la fama que adquirió, la de un sabio infalible.
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