Otra vez estaba la liebre llora que te llora. Se le acercó un oso viejo.
- ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No llores, liebrecita -dijo el oso. Yo la echaré de allí.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Tú tampoco podrás.
- Sí, podré.
Entró el oso en la casita y empezó a rugir:
- ¡Groarr, groarr! ¡Largo de ahí, raposa!
Pero ella contestó:
- Como baje,
de un zarpazo,
¡te destrozo
en mil pedazos!
Se asustó el oso y emprendió la retirada.
Ya estaba nuevamente llorando la liebre. Se le acercó un gallo con una guadaña.
- ¡Kikirikí! ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar, gallito! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No te apures, liebrecita. Yo echaré de tu casa a esa asquerosa.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Un oso lo intentó, y con las ganas se quedó. ¡Menos podrás tú!
- Sí, podré.
Se metió el gallo en la casita:
- ¡Kikiriquí!
Ya estoy aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
Al oír aquello, la raposa se asustó y repuso:
- Ahora mismo me visto...
Pero el gallo repitió:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
Y la raposa contestó:
- Ya me estoy poniendo el abrigo...
El gallo advirtió, por tercera vez:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
La raposa, despavorida, bajó de un salto y escapó a todo correr. Y la liebrecita y el gallito vivieron felices y comieron perdices.
La casita de la liebrecita - Parte 1
- ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No llores, liebrecita -dijo el oso. Yo la echaré de allí.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Tú tampoco podrás.
- Sí, podré.
Entró el oso en la casita y empezó a rugir:
- ¡Groarr, groarr! ¡Largo de ahí, raposa!
Pero ella contestó:
- Como baje,
de un zarpazo,
¡te destrozo
en mil pedazos!
Se asustó el oso y emprendió la retirada.
Ya estaba nuevamente llorando la liebre. Se le acercó un gallo con una guadaña.
- ¡Kikirikí! ¿Por qué lloras, liebre?
- ¡Cómo no voy a llorar, gallito! Tenía yo una casita de troncos buenos, mientras que la de la raposa era de hielo. Y al llegar la primavera, se derritió. La raposa me pidió que la dejara dormir en mi casa, y ahora me ha echado a la calle.
- No te apures, liebrecita. Yo echaré de tu casa a esa asquerosa.
- ¡No, no la echarás! Unos perros echarla quisieron, pero no lo consiguieron. Un lobo feroz la quiso echar, y no lo pudo lograr. Un oso lo intentó, y con las ganas se quedó. ¡Menos podrás tú!
- Sí, podré.
Se metió el gallo en la casita:
- ¡Kikiriquí!
Ya estoy aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
Al oír aquello, la raposa se asustó y repuso:
- Ahora mismo me visto...
Pero el gallo repitió:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
Y la raposa contestó:
- Ya me estoy poniendo el abrigo...
El gallo advirtió, por tercera vez:
- ¡Kikiriquí!
Ya me tienes aquí.
Traigo botas coloradas
y una guadaña afilada.
Si quiero, el cuello te corto.
¡Baja enseguida del horno!
La raposa, despavorida, bajó de un salto y escapó a todo correr. Y la liebrecita y el gallito vivieron felices y comieron perdices.
La casita de la liebrecita - Parte 1
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