Había una vez un rey muy precavido y desconfiado al que llamaban Prudencio. Como no se fiaba ni de los caballos, siempre iba a pie; hasta que su séquito, cansado de tanto andar, pidió a un mago que inventara una especie de silla que se moviera sola.
A los dos días, el invento estaba listo. El mago les dijo:
- Se llama bicicleta.
Un ministro se encargó de enseñar al rey el funcionamiento de la bicicleta, pero se cayó y se rompió un brazo. Cuando se curó, volvió donde el mago:
- Necesitamos algo más seguro que una silla: una carroza completa que se mueva sola.
Para el nuevo invento, que se llamaba automóvil, necesitó una semana; pero al ir a probarlo, el ministro chocó contra un árbol y se rompió la cabeza.
El rey Prudencia siguió andando a pie, hasta que tropezó, cayó y se rompió una pierna. Entonces comprendió que se había equivocado al culpar a la bicicleta y al automóvil de lo que había pasado.
Fue él mismo a ver al mago y le encargó carrozas sin caballos para él y para toda la corte.
A los dos días, el invento estaba listo. El mago les dijo:
- Se llama bicicleta.
Un ministro se encargó de enseñar al rey el funcionamiento de la bicicleta, pero se cayó y se rompió un brazo. Cuando se curó, volvió donde el mago:
- Necesitamos algo más seguro que una silla: una carroza completa que se mueva sola.
Para el nuevo invento, que se llamaba automóvil, necesitó una semana; pero al ir a probarlo, el ministro chocó contra un árbol y se rompió la cabeza.
El rey Prudencia siguió andando a pie, hasta que tropezó, cayó y se rompió una pierna. Entonces comprendió que se había equivocado al culpar a la bicicleta y al automóvil de lo que había pasado.
Fue él mismo a ver al mago y le encargó carrozas sin caballos para él y para toda la corte.
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