Bienvenido a nuestro "Libro de Cuentos", esperamos que puedas encontrar aquí tus historias favoritas.
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lunes, 29 de agosto de 2011

El viejo Rinkrank

Érase una vez un rey que tenía una hija. Se hizo construir una montaña de cristal y dijo:

- El que sea capaz de correr por ella sin caerse, se casará con mi hija.

He aquí que se presentó un pretendiente y preguntó al Rey si podría obtener la mano de la princesa.

- Sí -respondióle el Rey-; si eres capaz de subir corriendo a la montaña sin caerte, la princesa será tuya.

Dijo entonces la hija del Rey que subiría con él y lo sostendría si se caía. Emprendieron el ascenso, y, al llegar a media cuesta, la princesa resbaló y cayó y, abriéndose la montaña, precipitóse en sus entrañas, sin que el pretendiente pudiese ver dónde había ido a parar, pues el monte se había vuelto a cerrar enseguida. Lamentóse y lloró el mozo lo indecible, y también el Rey se puso muy triste, y dio orden de romper y excavar la montaña con la esperanza de rescatar a su hija; pero no hubo modo de encontrar el lugar por el que había caído.

Entretanto, la princesa, rodando por el abismo, había ido a dar en una cueva profundísima y enorme, donde salió a su encuentro un personaje muy viejo, de luenga barba blanca, y le dijo que le salvaría la vida si se avenía a servirle de criada y a hacer cuanto le mandase; de lo contrario, la mataría. Ella cumplió todas sus órdenes.

Al llegar la mañana, el individuo se sacó una escalera del bolsillo y, apoyándola contra la montaña, subióse por ella y salió al exterior, cuidando luego de volver a recoger la escalera. Ella hubo de cocinar su comida, hacer su cama y mil trabajos más; y así cada día; y cada vez que regresaba el hombre, traía consigo un montón de oro y plata. Al cabo de muchos años de seguir así las cosas y haber envejecido él en extremo, dio en llamarla «Dama Mansrot», y le mandó que ella lo llamase a él «Viejo Rinkrank».

Un día en que el viejo había salido como de costumbre, hizo ella la cama y fregó los platos. Luego cerró bien todas las puertas y ventanas, dejando abierta sólo una ventana de corredera por la que entraba la luz. Cuando volvió el viejo Rinkrank, llamó a la puerta, diciendo:

- ¡Dama Mansrot, ábreme!

- No -respondió ella-, no, viejo Rinkrank, no te abriré.

Dijo él entonces:

«Aquí está el pobre Rinkrank
sobre sus diecisiete patas,
sobre su pie dorado.
Dama Mansrot, friega los platos».

- Ya he fregado los platos- respondió ella.

Y prosiguió él:

«Aquí está el pobre Rinkrank
sobre sus diecisiete patas,
sobre su pie dorado.
Dama Mansrot, hazme la cama».

- Ya hice tu cama -respondió ella.

Y él, de nuevo:

«Aquí está el pobre Rinkrank
sobre sus diecisiete patas,
sobre su pie dorado.
Dama Mansrot, ábreme la puerta».

Dando la vuelta a la casa, vio que el pequeño tragaluz estaba abierto, y pensó: «Echaré una miradita para ver qué está haciendo, y por qué se niega a abrirme la puerta». Y, al tratar de meter la cabeza por el tragaluz, se lo impidió la barba. Entonces empezó introduciendo la barba en la ventanilla, y, cuando ya la tuvo dentro, acudió Dama Mansrot, cerró el postigo y lo ató con una cinta, dejándolo bien sujeto, con la barba aprisionada en él. ¡Qué alaridos daba el viejo, lamentándose y quejándose de dolor, y rogando a la mujer que lo soltase! Pero ella le replicó que no lo haría sino a cambio de la escalera con que él salía de la montaña.

Atando una larga cuerda a la ventana, colocó la escalera debidamente y trepó por ella hasta llegar a cielo abierto; entonces, tirando desde arriba, levantó la tapa del tragaluz. Marchóse luego en busca de su padre y le refirió sus aventuras. Alegróse el Rey y le dijo que su novio aún vivía. Y saliendo todos a excavar la montaña, encontraron al fondo al Viejo Rinkrank con todo su oro y plata. Mandó el Rey ejecutar al viejo y se llevó todos sus tesoros. La princesa se casó con su novio, y vivieron felices y satisfechos.

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jueves, 25 de agosto de 2011

Por qué no tiene cola el oso

Cuando el oso todavía tenía cola, se encontró con una zorra cargada de peces. Los había robado, pero dijo que los había pescado:

- Es muy sencillo, basta con hacer un agujero en el hielo y meter la cola. Los peces vienen a morderla y se quedan pegados.

El oso probó. A pesar del frío permaneció con la cola en el agujero tanto tiempo que el agua volvió a helarse y lo aprisionó. Para liberarla, tuvo que tirar tan fuerte que se le rompió... y todavía no le ha vuelto a crecer.

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domingo, 21 de agosto de 2011

El dragón de las cien cabezas

Un caballero, al atravesar un bosque, vio asomar entre la maleza un dragón monstruoso. El hombre era muy valiente y ya había luchado y vencido a muchos dragones, incluso mayores; pero aquél tenía innumerables cuellos, al menos un centenar, con otras tantas cabezas e igual número de horripilantes fauces abiertas.

Fácil le hubiera sido vencer a un dragón de tres cabezas, e incluso a uno con siete, ¡pero a aquél! El caballero dejó todo y escapó. Hizo muy mal. El dragón, precisamente a causa de aquella maraña de cuellos, jamás habría conseguido salir de la maleza y por tanto era inofensivo.

Poco después, el caballero descubrió entre la maleza otro dragón, éste con una sola cabeza, por lo cual se enfrentó a él osadamente empuñando la espada; pero éste, aunque sólo tenía una cabeza, tenía cien brazos, y en un instante se libró de la maleza y también del incauto caballero, que quedó desarmado y muerto en un santiamén.

Y así puede verse que más valen cien brazos que obedezcan a una sola cabeza que cien cabezas que manden.

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miércoles, 17 de agosto de 2011

Tortolina y el petirrojo

Un orfebre tenía dos hijas: la mayor, que era bellísima y orgullosa, se llamaba Reinecilla, y la menor, a la que le gustaba mucho cantar, se llamaba Tortolina.

El padre tenía debilidad por la hija mayor. Decía que sólo la casaría con un rey, mientras que a Tortolina se la hubiera dado al primero que la hubiera pedido, por muy humilde que éste fuera.

A Tortolina no le preocupaba ésto. Tenía un amiguito, un petirrojo, y juntos hacían unos dúos maravillosos.

- ¡Tortolina ha encontrado marido! -se burlaba su hermana.

Un día un joven se presentó al orfebre y le pidió a Tortolina por esposa. El padre aceptó inmediatamente.

Después le tocó el turno a Reinecilla. El pretendiente iba vestido de aldeano, pero todos le llamaban Reyezuelo: el padre no dudó un instante que se tratara del hijo del rey disfrazado, venido de muy lejos para casarse con su Reinecilla.

Pero cuál no sería no sería su sorpresa cuando descubrió que Reyezuelo sólo tenía de rey el nombre, y que el esposo de Tortolina era el ¡príncipe Petirrojo, primo del rey!

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sábado, 13 de agosto de 2011

La lámpara azul

Érase un soldado que durante muchos años había servido lealmente a su rey. Al terminar la guerra, el mozo, que, debido a las muchas heridas que recibiera, no podía continuar en el servicio, fue llamado a presencia del Rey, el cual le dijo:

- Puedes marcharte a tu casa, ya no te necesito. No cobrarás más dinero, pues sólo pago a quien me sirve.

Y el soldado, no sabiendo cómo ganarse la vida, quedó muy preocupado y se marchó a la ventura. Anduvo todo el día, y al anochecer llegó a un bosque. Divisó una luz en la oscuridad, y se dirigió a ella. Así llegó a una casa, en la que habitaba una bruja.

- Dame albergue, y algo de comer y beber -pidióle- para que no me muera de hambre.

- ¡Vaya! -exclamó ella-. ¿Quién da nada a un soldado perdido? No obstante, quiero ser compasiva y te acogeré, a condición de que hagas lo que voy a pedirte.

- ¿Y qué deseas que haga? -preguntó el soldado.

- Que mañana caves mi huerto.

Aceptó el soldado, y el día siguiente estuvo trabajando con todo ahínco desde la mañana, y al anochecer, aún no había terminado.

- Ya veo que hoy no puedes más; te daré cobijo otra noche; pero mañana deberás partirme una carretada de leña y astillarla en trozos pequeños.

Necesitó el mozo toda la jornada siguiente para aquel trabajo, y, al atardecer, la vieja le propuso que se quedara una tercera noche.

- El trabajo de mañana será fácil -le dijo-. Detrás de mi casa hay un viejo pozo seco, en el que se me cayó la lámpara. Da una llama azul y nunca se apaga; tienes que subírmela.

Al otro día, la bruja lo llevó al pozo y lo bajó al fondo en un cesto. El mozo encontró la luz e hizo señal de que volviese a subirlo. Tiró ella de la cuerda, y, cuando ya lo tuvo casi en la superficie, alargó la mano para coger la lámpara.

- No -dijo él, adivinando sus perversas intenciones-. No te la daré hasta que mis pies toquen el suelo.

La bruja, airada, lo soltó, precipitándolo de nuevo en el fondo del pozo, y allí lo dejó.

Cayó el pobre soldado al húmedo fondo sin recibir daño alguno y sin que la luz azul se extinguiese. ¿De qué iba a servirle, empero? Comprendió enseguida que no podría escapar a la muerte. Permaneció tristemente sentado durante un rato. Luego, metiéndose, al azar, la mano en el bolsillo, encontró la pipa, todavía medio cargada. "Será mi último gusto", pensó; la encendió en la llama azul y se puso a fumar. Al esparcirse el humo por la cavidad del pozo, aparecióse de pronto un diminuto hombrecillo, que le preguntó:

- ¿Qué mandas, mi amo?.

- ¿Qué puedo mandarte? -replicó el soldado, atónito.

- Debo hacer todo lo que me mandes -dijo el enanillo.

- Bien -contestó el soldado-. En ese caso, ayúdame, ante todo, a salir del pozo.

El hombrecillo lo cogió de la mano y lo condujo por un pasadizo subterráneo, sin olvidar llevarse también la lámpara de luz azul. En el camino le fue enseñando los tesoros que la bruja tenía allí reunidos y ocultos, y el soldado cargó con todo el oro que pudo llevar.

Al llegar a la superficie dijo al enano:

- Ahora amarra a la vieja hechicera y llévala ante el tribunal.

Poco después veía pasar a la bruja, montada en un gato salvaje, corriendo como el viento y dando horribles chillidos. No tardó el hombrecillo en estar de vuelta:

- Todo está listo -dijo-, y la bruja cuelga ya de la horca. ¿Qué ordenas ahora, mi amo?.

- De momento nada más -le respondió el soldado-. Puedes volver a casa. Estáte atento para comparecer cuando te llame.

- Pierde cuidado -respondió el enano-. En cuanto enciendas la pipa en la llama azul, me tendrás en tu presencia. - Y desapareció de su vista.

Regresó el soldado a la ciudad de la que había salido. Se alojó en la mejor fonda y se encargó magníficos vestidos. Luego pidió al fondista que le preparase la habitación más lujosa que pudiera disponer. Cuando ya estuvo lista y el soldado establecido en ella, llamando al hombrecillo negro, le dijo:

- Serví lealmente al Rey, y, en cambio, él me despidió, condenándome a morir de hambre. Ahora quiero vengarme.

- ¿Qué debo hacer? -preguntó el enanito.

- Cuando ya sea de noche y la hija del Rey esté en la cama, la traerás aquí dormida. La haré trabajar como sirvienta.

- Para mí eso es facilísimo -observó el hombrecillo-. Mas para ti es peligroso. Mal lo pasarás si te descubren.

Al dar las doce abrióse la puerta bruscamente, y se presentó el enanito cargado con la princesa.

- ¿Conque eres tú, eh? -exclamó el soldado-. ¡Pues a trabajar! Ve a buscar la escoba y barre el cuarto.

Cuando hubo terminado, la mandó acercarse a su sillón y, alargando las piernas, dijo:

- ¡Quítame las botas! -y se las tiró a la cara, teniendo ella que recogerlas, limpiarlas y lustrarlas. La muchacha hizo sin resistencia todo cuanto le ordenó, muda y con los ojos entornados. Al primer canto del gallo, el enanito volvió a trasportarla a palacio, dejándola en su cama.

Al levantarse a la mañana siguiente, la princesa fue a su padre y le contó que había tenido un sueño extraordinario:

- Me llevaron por las calles con la velocidad del rayo, hasta la habitación de un soldado, donde hube de servir como criada y efectuar las faenas más bajas, tales como barrer el cuarto y limpiar botas. No fue más que un sueño, y, sin embargo, estoy cansada como si de verdad hubiese hecho todo aquello.

- El sueño podría ser realidad -dijo el Rey-. Te daré un consejo: llénate de guisantes el bolsillo, y haz en él un pequeño agujero. Si se te llevan, los guisantes caerán y dejarán huella de tu paso por las calles.

Mientras el Rey decía esto, el enanito estaba presente, invisible, y lo oía. Por la noche, cuando la dormida princesa fue de nuevo transportada por él calles a través, cierto que cayeron los guisantes, pero no dejaron rastro, porque el astuto hombrecillo procuró sembrar otros por toda la ciudad. Y la hija del Rey tuvo que servir de criada nuevamente hasta el canto del gallo.

Por la mañana, el Rey despachó a sus gentes en busca de las huellas; pero todo resultó inútil, ya que en todas las calles veíanse chiquillos pobres ocupados en recoger guisantes, y que decían:

- Esta noche han llovido guisantes.

- Tendremos que pensar otra cosa -dijo el padre-. Cuando te acuestes, déjate los zapatos puestos; antes de que vuelvas de allí escondes uno; ya me arreglaré yo para encontrarlo.

El enanito negro oyó también aquellas instrucciones, y cuando, al llegar la noche, volvió a ordenarle el soldado que fuese por la princesa, trató de disuadirlo, manifestándole que, contra aquella treta, no conocía ningún recurso, y si encontraba el zapato en su cuarto lo pasaría mal.

- Haz lo que te mando -replicó el soldado; y la hija del Rey hubo de servir de criada una tercera noche. Pero antes de que se la volviesen a llevar, escondió un zapato debajo de la cama.

A la mañana siguiente mandó el Rey que se buscase por toda la ciudad el zapato de su hija. Fue hallado en la habitación del soldado, el cual, aunque -aconsejado por el enano- se hallaba en un extremo de la ciudad, de la que pensaba salir, no tardó en ser detenido y encerrado en la cárcel.

Con las prisas de la huida se había olvidado de su mayor tesoro, la lámpara azul y el dinero; sólo le quedaba un ducado en el bolsillo. Cuando, cargado de cadenas, miraba por la ventana de su prisión, vio pasar a uno de sus compañeros. Lo llamó golpeando los cristales, y, al acercarse el otro, le dijo:

- Hazme el favor de ir a buscarme el pequeño envoltorio que me dejé en la fonda; te daré un ducado a cambio.

Corrió el otro en busca de lo pedido, y el soldado, en cuanto volvió a quedar solo, apresuróse a encender la pipa y llamar al hombrecillo:

- Nada temas -dijo éste a su amo-. Ve adonde te lleven y no te preocupes. Procura sólo no olvidarte de la luz azul.

Al día siguiente se celebró el consejo de guerra contra el soldado, y, a pesar de que sus delitos no eran graves, los jueces lo condenaron a muerte. Al ser conducido al lugar de ejecución, pidió al Rey que le concediese una última gracia.

- ¿Cuál? -preguntó el Monarca.

- Que se me permita fumar una última pipa durante el camino.

- Puedes fumarte tres -respondió el Rey-, pero no cuentes con que te perdone la vida.

Sacó el hombre la pipa, la encendió en la llama azul y, apenas habían subido en el aire unos anillos de humo, apareció el enanito con una pequeña tranca en la mano y dijo:

- ¿Qué manda mi amo?

- Arremete contra esos falsos jueces y sus esbirros, y no dejes uno en pie, sin perdonar tampoco al Rey, que con tanta injusticia me ha tratado.

Y ahí tenéis al enanito como un rayo, ¡zis, zas!, repartiendo estacazos a diestro y siniestro. Y a quien tocaba su garrote, quedaba tendido en el suelo sin osar mover ni un dedo. Al Rey le cogió un miedo tal que se puso a rogar y suplicar y, para no perder la vida, dio al soldado el reino y la mano de su hija.

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martes, 9 de agosto de 2011

El lobo y la zorra

El lobo había tomado como criada a una zorra. La pobre zorra no soportaba a su amo, pero como el lobo era más fuerte que ella, no tenía más remedio que servirlo.

- ¡Vete a buscar algo de comer! -le ordenaba el lobo. - ¡O si no, te como a ti!

La zorra unas veces robaba un corderillo, otras los buñuelos de la ventana de la cocina de casas de la aldea cercana, y siempre conseguía que no la descubrieran.

Todo habría ido bien si el lobo, glotón e imprudente, no hubiera ido después en persona a robar otro corderillo o los buñuelos. Como terminaba apaleado, la tomaba con la zorra.

Un día el lobo volvió a decir:
- Zorra, tráeme algo de comer, ¡o te como a tí!

La zorra respondió:
- Hay un campesino que tiene el sótano lleno de manjares: salchichones, jamones, quesos. Te lo mostraré.

- Bien. Pero esta vez no quiero sorpresas: ¡tú vienes conmigo!

Y los dos entraron al sótano del campesino por una estrecha grieta. El lobo se lanzó ávidamente sobre todos los manjares, pero la zorra, antes de cada bocado, pasaba por la grieta para asegurarse de que cabía en caso de peligro.

Así pasó un buen rato y la panza del lobo cada vez se inflaba más. El lobo se reía de las entradas y salidas de la zorra.

- ¿Por qué pierdes tanto tiempo en vez de comer? -se burlaba el lobo. -Yo no saldré de aquí hasta que no haya terminado con todo.

Justo en aquel momento, el aldeano, receloso por los ruidos, bajó a la bodega con una estaca. La zorra, ágil como al entrar, salió rápidamente de allí; pero el lobo, con la panza que se le había puesto, no pudo y quedó atrapado, llevándose los bastonazos.

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viernes, 5 de agosto de 2011

El cocinero y la grulla

Un rico marqués salió de caza y mató una grulla, dándosela luego a su cocinero para que la asara. El ave estaba tan gorda y apetitosa que el cocinero no pudo resistir la tentación de quitarle una pata y comérsela.

Cuando se sirvió el plato, el marqués se dio cuenta de que a la grulla le faltaba una pata y muy enfadado pidió explicaciones al cocinero.

- Las grullas tienen una sola pata -tuvo el descaro de responder el cocinero.
- ¿De verdad? Entonces mañana iremos a comprobarlo, al estanque, y si resulta que has querido burlarte de mí, vas a saber lo que es bueno.

Por la mañana, las grullas del estanque, como todas las zancudas, dormían en equilibrio sobre una sola pata.

- ¿Qué os había dicho? -sonrió socarronamente el cocinero.

El señor dio una palmada y las grullas, asustadas, pusieron en el suelo la otra pata y huyeron.

- ¡Así no vale! -protestó el cocinero. Ayer no disteis la palmada. Si lo hubierais hecho, también la otra grulla hubiera sacado la otra pata.

Por mentiroso y descarado fue encarcelado, teniendo sólo para comer pan duro y agua.

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lunes, 1 de agosto de 2011

El porquero

Un príncipe, para pedir la mnano de una princesa, le envió las cosas más bellas que encontró: una rosa y un ruiseñor.

El rey y todos los demás quedaron encantados con los regalos; sólo la princesa arrugó desdeñosa la nariz:

- ¡Esa rosa es de verdad, ni siquiera es de plata! ¡Y el ruiseñor está vivo, no es de cuerda!

El príncipe fue rechazado pero no se resignó. Se disfrazó y se puso a trabajar en la corte como porquero. En sus ratos libres fabricaba objetos raros para atraer la curiosidad de la princesa.

Una vez construyó una olla con cascabeles que sonaban cuando hervía el agua. Ella quiso comprarla a cualquier precio; el dijo que solo se la daría a cambio de un beso y la princesa aceptó.

El rey sorprendió a la hija besando al porquero y hubo un gran escándalo. Entonces, el porquero confesó que era un príncipe y ella quiso arreglarlo todo con el matrimonio; pero ahora fue él quien rehusó:

- Por una rosa y un ruiseñor no has querido a un príncipe, pero por unos cascabeles has besado a un porquero. ¿Sabes lo que te digo? Quédate con la cazuela y soltera.

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