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miércoles, 6 de octubre de 2010

El Hada Alegría

Erase una vez un rey muy bueno cuyos súbditos le respetaban y le amaban entrañablemente por la justa manera en que les gobernaba y las incesantes obras de caridad que entre ellos realizaba.

Sin emabargo, un soberano que sabía hacer felices a los demás, no había encontrado la dicha dentro de su corazón, debido a que su único hijo se hallaba aquejado de una grave dolencia desconocida.

Los médicos de la corte pusieron a disposición toda su ciencia, pero nada pudieron hacer.

- ¿Qué debe hacer un padre en mi situación? -exclamó el desgraciado. ¿Qué puede hacer un rey?

Finalmente llamó a los dos hombres más sabios del reino y solicitó su consejo. El primero le dijo:

- Enviad a vuestro hijo a los países de los eternos calores. Sudará tanto que su mal se le irá a través de la piel.

El segundo hombre sabio le recomendó:

- Que el príncipe vaya a las regiones de los grandes hielos. El cambio de clima obrará un efecto saludable.

El rey exclamó: "¡Bah!", y les volvió la espalda, por parecerle ridículas aquellas indicaciones.

Entonces llegó hasta él un anciano, quien tímidamente le sugirió:

- Majestad: convendría enviar un emisario al País de la Felicidad, gobernado por el Hada Alegría. Es casi seguro que ella conocerá el remedio para sanar a vuestro hijo.

Estimando que la idea era excelente, el rey ordenó que se organizara inmediatamente una embajada con destino al País de la Felicidad.

Pero cuando llegó y fue recibida por el Hada Alegría, ésta comunicó a los enviados que era el príncipe en persona quien debía presentarse ante ella.

- Así conseguirá la total curación -concluyó el Hada.

Cuando el rey fue enterado de lo que aconsejó el Hada Alegría, se puso inmediatamente en camino al frente de una numerosa comitiva, y llevando al príncipe en una litera.

Pero, según pasaban los días de viaje, el soberano advirtió que su hijo estaba cada vez más postrado y triste, y temiendo seguir adelante, decidió hacer un descanso.

Cerca de allí había una cabaña, de la que salió una anciana. El rey le preguntó:

- ¿A qué distancia se encuentra el País de la Felicidad?
- A cinco jornadas -le respondió la anciana. Os ofrezco mi casa, si en algo os puedo servir.

Iba el rey a aceptar cuando uno de los caballeros de su séquito se le acercó para decirle:

- Majestad, nos encontramos en un país encantado, en el que hablan las aves. Comprobadlo.

Guió al soberano hasta un árbol en cuyas ramas un pajarillo cantaba así:

"Chío, chío, el príncipe doliente
no debe detenerse".

- Creo que nos conviene seguir su consejo -dijo el rey.

Nada más ponerse el cortejo en marcha, la cabaña de la anciana desapareció. El mismo pajarillo que había hablado guió al rey y a los suyos por el buen camino, retirándose cuando las murallas del País de la Felicidad estuvieron a la vista.

El Hada Alegría en persona salió a recibirles, invitándoles a su palacio de plata y cristal. Inmediatamente inició sus operaciones para curar al príncipe enfermo, pero sin ningún resultado.

Así transcurrieron varias semanas de inútiles tentativas, hasta que finalmente, el Hada declaró:

- El mal que aqueja al príncipe no es natural. Me refiero a que está provocado por un encantamiento muy velado.

Seguidamente el Hada Alegría se encerró en los sótanos de su palacio y consultó durante varios días viejos tratados de alquimia y brujería, hasta que salió y dijo:

- La bruja Culebrina posee un jardín cuyas plantas son todas jóvenes encantados por ella. En el más apartado rincón de ese jardín hay una gruta, y en ella un manantial. Sólo bañándose en sus aguas el príncipe recobrará la salud. Sin embargo, esas aguas han de ser traídas a este lugar, por una joven de singulares virtudes.

- ¿Y dónde encontrarla? -preguntó el rey.
- Mis libros me han revelado -prosiguió el Hada Alegría- que esa joven vive en una de las cumbres que rodean mi palacio. Ved: en tres de ellas se elevan sendos castillos, habitados por hermosas princesas. En la cuarta también hay un castillo, pero se encuentra deshabitado. Visitaré a las tres princesas.

Al día siguiente el Hada se dirigió al primer castillo, donde vivía su ahijada Genoveva, a la que explicó el asunto que allí la llevaba.

- Confiad en mí, madrina - le aseguró Genoveva. Yo me enfrentaré a la bruja Culebrina y la venceré. Mi premio por salvar al príncipe será la obtención de fuerza y de poder.

Luego el Hada Alegría se encaminó al segundo castillo, donde vivía otra de sus ahijadas, Magdalena, joven que destacaba por su pereza y glotonería, y a la que al Hada costó mucho convencer para que fuera en busca del agua prodigiosa, caso de que no regresara Genoveva.

El tercer castillo estaba habitado por Valentina, la cual sólo consintió en emprender aquel viaje si el rey le prometía regalarle el collar más valioso del mundo.

Después de consultar de nuevo sus viejos libros, el Hada Alegría dio a Genoveva las últimas instrucciones:

- Llevarás un pequeño cántaro para recoger el agua, y un zurrón conteniendo pan y queso. Si eres la joven señalada por la leyenda, conseguirás llegar al manantial y podrás tomar agua en el cántaro y verterla en el jardín de la bruja. Entonces todas las plantas se transformarán en jóvenes. Hecho ésto, volverás a llenar el cántaro y regresarás al País de la Felicidad.

Prometiendo seguir todas esas indicaciones, Genoveva montó en su caballo y emprendió el camino. Viajó durante casi todo el día y al llegar la noche pidió albergue en una casa.

- Sólo puedo ofreceros un jergón de paja junto al fuego -le dijo el dueño, un anciano de rostro amable.

Genoveva entró en la casa y, al mirar a su alrededor, descubrió que todas las paredes estaban llenas de mariposas disecadas. Para ser más exactos, sólo una de las mariposas, con su cuerpecillo atravesado por un alfiler, agitaba desesperadamente sus alitas. Genoveva la contempló durante un rato y, sin sentir la menor compasión, se retiró a su jergón y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó, volvió a mirar a la pobre mariposa con la mayor frialdad, agradeció al anciano su hospitalidad y se marchó.

Antes del anochecer alcanzó el jardín encantado. Rodeada de extrañas plantas, una anciana se hallaba agachada, cuidándolas, y a ella dirigió Genoveva su pregunta:

- ¿Dónde está la fuente prodigiosa?
- Atraviesa el jardín y toca con tu mano el agua del lago que allí la verás.

Impaciente por llegar, Genoveva espoleó su caballo y se lanzó a veloz carrera a través del jardín y, al alcanzar la orilla del lago, desmontó y se inclinó para tocar el agua con su mano, y en ese momento quedó convertida en planta, semejante a las muchas que por allí se veían.

Como ni regresaba Genoveva ni había noticias de ella, emprendió el viaje la segunda princesa, Magdalena, cuyo viaje resultó idéntico al de su antecesora, con un final semejante, transformada en planta junto a Genoveva.

Luego partió la tercera princesa, Valentina, corriendo la misma suerte.

Cuando todo parecía perdido, se presentó en el Palacio del Hada Alegría una niña, solicitando hablar con la dama. Y al encontrarse ante ella le dijo:

- Estoy dispuesta a ponerme en camino para conseguir el agua de la fuente encantada.
- Tu gesto me conmueve en extremo -exclamó el Hada, abrazando a la niña.

En pocas horas estuvieron ultimados los preparativos, de manera que a la mañana siguiente la niña pudo emprender el viaje. Como las tres princesas, también ella llegó a la casa del anciano, donde se alojó. Sin embargo, al ver la mariposa atravesada por la aguja, sintió profunda pena y propuso al anciano:

- Si dejáis en libertad a la mariposa os entregaré mis pendientes de coral.
- De acuerdo -contestó el viejo, extrayendo la aguja y soltando a la mariposa, que echó a volar alegremente y desapareció enseguida.

A la mañana siguiente la niña se despidió del anciano de la casita y siguió su camino, muy satisfecha de haber realizado aquel acto de bondad con la pobre mariposita.

Andando, andando, llegó hasta un precioso prado alfombrado de flores de mil colores, donde se detuvo a descansar. Y en el momento en que iba a recoger una flor, surgió a su lado la mariposa y le dijo:

- Estoy al servicio del Hada Alegría y mi misión consiste en ayudar a los que desean salvar al príncipe. Pero no basta sólo con el deseo, sino que la persona indicada ha de reunir condiciones de extrema virtud. Por ejemplo, las tres princesas que salieron antes que tú no se apiadaron de mí cuando me vieron clavada en la pared con la aguja, y han quedado descartadas. Tú conseguiste mi libertad y ahora te hallas en condiciones de seguir adelante. Si cumples todas mis instrucciones, triunfarás. Escúchame con atención: sigue tu camino sin que te distraiga cosa alguna que suceda a tu alrededor, y además, deberás ir sola. Una vez en el jardín de la bruja, no interrumpas tu andar; sigue adelante y que sea tu corazón quien te guíe.

Despidióse la niña de la mariposa y continuó su marcha, y cuando llegó al jardín encantado vio en él a una hermosa mujer que peinaba sus largos cabellos mojando el peine en las aguas del lago.

- Soy amiga del Hada Alegría y voy a ayudarte -dijo aquella dama a la niña. Descansa a mi lado y te mostraré algo que nunca olvidarás.

La niña se acercó y la mujer le señaló las aguas del lago, bajo las cuales vio desfilar soberbios palacios, brillantes joyas y maravillosos vestidos.

- Todo ésto te pertenecerá si resuelves no acercarte a la fuente.

La niña no vaciló en contestar:
- La oferta es tentadora, pero nada quiero.

Poco después llegaba a la gruta del manantial y allí se le apareció la bruja Culebrina.

- No des un paso más si no quieres morir -gritó la bruja.

Pero la valiente niña se encomendó al Hada Alegría y avanzó. Y en el momento de hacerlo la bruja lanzó un alarido y quedó convertida en humo. La entrada a la gruta estaba libre.

La niña penetró resueltamente y en el manantial llenó de agua su cántaro saliendo a verterla en el jardín, y todas las plantas que allí había recobraron su forma humana. Es decir, no todas, pues quedaron tres sin sufrir transformación: eran Genoveva, Magdalena y Valentina, a quienes su escasa virtud habíales perdido.

Sin embargo, la niña entró de nuevo a la gruta por más agua, la arrojó sobre las tres plantas, y entonces las princesas quedaron desencantadas, y juntamente con la niña, quien había recogido más agua para el príncipe, salieron del jardín guiadas por la mariposa.

El príncipe enfermo dejó de estarlo y la alegría se reflejó en su rostro. Las ahijadas del Hada Alegría prometieron ser mejores -y lo cumplieron- y el príncipe suplicó a la valiente niña que lo aceptara por esposo.

Y fue así como la virtud alacanzó al fin el triunfo y la felicidad, pues no será preciso añadir que el joven matrimonio fue sumamente feliz.

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