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martes, 26 de octubre de 2010

Ricitos de Oro y los Tres Osos

En una preciosa casita, en el medio de un bosque florido, vivían tres ositos. El papá, la mamá, y el pequeño osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa, y hacer la sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque mientras se enfriaba la sopa.

Mientras ellos no estaban, apareció en el bosque una niña llamada Ricitos de Oro, que se puso a recoger flores. Cerca de allí vio una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso a paso y se asomó por la ventana de la casita.

Entonces, olvidándose de la buena educación que su madre le había dado, la niña decidió empujó la puerta, que estaba abierta, y entró en la casita, que no era otra que la de los tres ositos.

Vio una mesa. Encima de la mesa había tres tazones con sopa. Uno, grande; otro, mediano; y otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la sopa del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Luego probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy fría! Después probó del tazón pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.

Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero ésta era muy dura. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero era muy blanda. Entonces se sentó en la silla pequeña, que le pareció muy cómoda. Pero la sillita no estaba acostumbrada a llevar tanto peso y el asiento se rompió.

Ricitos decidió al dormitorio a probar las camas, que eran tres. Una era grande; otra era mediana; y otra, pequeñita. La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy alta. Luego se acostó en la cama mediana, pero era muy baja. Después se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedó dormida.

Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los tres osos. Uno de los osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito pequeñín.

Nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz:

-¡Alguien ha probado mi sopa! Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo:
-¡Alguien ha probado también mi sopa! Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada:
-¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!

Después pasaron al salón y dijo papá oso:
-¡Alguien se ha sentado en mi silla! Y mamá oso dijo:
-¡Alguien se ha sentado también en mi silla! Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada:
-¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto!

Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama! Y mamá oso exclamó:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama también! Y el osito pequeño dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mí camita... y todavía sigue durmiendo!

Se despertó entonces la niña, y de un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y al verlos tan enfadados, se asustó tanto que dio un brinco y salió de la cama.

Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque, tanto que no daban los pies en el suelo, hasta que encontró el camino de su casa.

Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero.

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