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miércoles, 6 de febrero de 2013

La pastorcilla y el deshollinador

La pastorcilla con miriñaque de flores y su gran sombrero de paja estaba sobre la mesita debajo del espejo, y a su lado se encontraba el deshollinador. Las dos figuritas eran de cerámica, muy románticas y graciosas.

Desde el primer momento se habían enamorado y planeaban casarse, pero un viejo muñeco Pierrot que estaba sentado en la misma mesa decía que era el abuelo de la pastorcilla y y había prometido la mano de su nieta a la máscara de dragón chino que se hallaba colgada de la pared.

Cuando la pastorcilla se enteró, temió que su corazón de cerámica se le rompiera de dolor. El pobre deshollinador le propuso huir con él, para no tener que casarse con el dragón, y ella, desesperada, aceptó.

Treparon por el tubo de la estufa (el deshollinador no conocía otro camino) y salieron al tejado. Arriba brillaban las estrellas y abajo todas las luces de la ciudad. La pastorcilla nunca hubiera imaginado que el mundo fuera tan grande y misterioso. Se asustó y quiso volver.

El paciente deshollinador enamorado, y también bastante asustado, no supo decirle que no y las dos estatuillas regresaron. Al volver a ocupar su lugar en la mesita, notaron que algo había cambiado.

Durante su ausencia, el viejo Pierrot, intentando seguir a su nieta, se había caído de la mesa y se había roto la cabeza. Sus dueños lo habían pegado con cola y con una grapa de hierro, pero ahora su cuello estaba rígido y ya no podía decir que sí al dragón que quería la mano de su nieta.

Felizmente, aquel proyectado matrimonio no pudo celebrarse. La pastorcilla quedó en libertad de casarse con el deshollinador y vivieron felices y contentos toda la vida.

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