Un anciano rey, a punto de morir, se dio cuenta de que todavía no había decidido a cuál de sus hijos dejaría el reino. Pensó que sólo había una cosa que supieran hacer bien, es decir, no hacer nada; y decidió dejar el trono al que demostrara que sabía hacerlo mejor que los otros.
Llamó a los tres príncipes y los interrogó:
- Yo soy tan perezoso -dijo el primero- que, si cuando me estoy durmiendo me cae una pajita en los ojos, por no quitarla, renuncio a dormir y me quedo toda la noche con los ojos abiertos como un búho.
El segundo afirmó:
- Yo, si me siento junto al fuego para calentarme, antes de apartar los pies, dejo que me lo abrasen poco a poco las llamas.
El tercero dijo:
- Yo soy tan vago que, si me fueran a ahorcar y me dieran un cuchillo para cortar la cuerda, dejaría que me ahorcaran antes que cansarme levantando el brazo.
- ¡Esto es demasiado! -consideró el viejo rey. - No se puede ser más holgazán! Ni siquiera la vida te mueve, por lo tanto, el trono será para tí -dijo volviéndose a su tercer hijo.
Llamó a los tres príncipes y los interrogó:
- Yo soy tan perezoso -dijo el primero- que, si cuando me estoy durmiendo me cae una pajita en los ojos, por no quitarla, renuncio a dormir y me quedo toda la noche con los ojos abiertos como un búho.
El segundo afirmó:
- Yo, si me siento junto al fuego para calentarme, antes de apartar los pies, dejo que me lo abrasen poco a poco las llamas.
El tercero dijo:
- Yo soy tan vago que, si me fueran a ahorcar y me dieran un cuchillo para cortar la cuerda, dejaría que me ahorcaran antes que cansarme levantando el brazo.
- ¡Esto es demasiado! -consideró el viejo rey. - No se puede ser más holgazán! Ni siquiera la vida te mueve, por lo tanto, el trono será para tí -dijo volviéndose a su tercer hijo.
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