Un cíngaro llegó a un pueblo desierto. Sólo quedaba un campesino y por él supo que el pueblo estaba asolado por un dragón, que cada día venía a comerse a alguien y que, al día siguiente, se los comería a ellos dos puesto que no había nadie más.
El cíngaro no se asustó y se quedó en el pueblo. A la mañana siguiente se oyó un gran estruendo y la tierra tembló: era el dragón que llegaba. Era gigantesco, pero el cíngaro salió a su encuentro y lo desafió.
- Cómeme si quieres, pero no conseguirás masticarme. Tendrás que tragarme entero y cuando esté en tu estómago te lo agujerearé y morirás.
- ¿Tan fuerte te crees? -se echó a reír el dragón. - ¡Hagamos una prueba!
Agarró una piedra y la apretó en sus garras hasta pulverizarla.
- ¡Bah! -se encogió de hombros el cíngaro. - De las piedras yo soy capaz de sacar agua.
En vez de una piedra, tomó astutamente un requesón y exprimió todo el suero. El dragón quedó tan impresionado que se fue y nunca más volvió.
El cíngaro no se asustó y se quedó en el pueblo. A la mañana siguiente se oyó un gran estruendo y la tierra tembló: era el dragón que llegaba. Era gigantesco, pero el cíngaro salió a su encuentro y lo desafió.
- Cómeme si quieres, pero no conseguirás masticarme. Tendrás que tragarme entero y cuando esté en tu estómago te lo agujerearé y morirás.
- ¿Tan fuerte te crees? -se echó a reír el dragón. - ¡Hagamos una prueba!
Agarró una piedra y la apretó en sus garras hasta pulverizarla.
- ¡Bah! -se encogió de hombros el cíngaro. - De las piedras yo soy capaz de sacar agua.
En vez de una piedra, tomó astutamente un requesón y exprimió todo el suero. El dragón quedó tan impresionado que se fue y nunca más volvió.
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