Un fulano estaba siempre jugando a las cartas y, como era hábil, afortunado y hacía algunas trampas, ganaba a todos.
Los hombres a quienes había reducido a la miseria reclamaron en el cielo y San Pedro mandó a la Muerte a buscarlo. Pero esperaron y esperaron, y el jugador no llegaba, ni tampoco llegaban más almas.
San Pedro mandó entonces a la tierra a un ángel y vio que la Muerte se había dejado tentar: había perdido y con la esperanza de desquitarse no se había levantado de la mesa, y por eso no había muerto nadie.
El jugador lo intentó también con el ángel pero no pudo tentarlo. El tahúr murió y fue al infierno. Nada más llegar, se puso a jugar con Lucifer y le ganó todos sus diablos; les ordenó que se pusieran uno encima de otro, y por aquella especie de escalera trepó y trepó hasta el paraíso.
San Pedro lo dejó pasar un rato; pero cuando ya llevaba ganadas las aureolas a un par de santos, lo precipitó al vacío. Al caer, su alma se hizo pedazos, y cada trocito cayó en el alma de otro jugador, apoderándose de ella para siempre.
Los hombres a quienes había reducido a la miseria reclamaron en el cielo y San Pedro mandó a la Muerte a buscarlo. Pero esperaron y esperaron, y el jugador no llegaba, ni tampoco llegaban más almas.
San Pedro mandó entonces a la tierra a un ángel y vio que la Muerte se había dejado tentar: había perdido y con la esperanza de desquitarse no se había levantado de la mesa, y por eso no había muerto nadie.
El jugador lo intentó también con el ángel pero no pudo tentarlo. El tahúr murió y fue al infierno. Nada más llegar, se puso a jugar con Lucifer y le ganó todos sus diablos; les ordenó que se pusieran uno encima de otro, y por aquella especie de escalera trepó y trepó hasta el paraíso.
San Pedro lo dejó pasar un rato; pero cuando ya llevaba ganadas las aureolas a un par de santos, lo precipitó al vacío. Al caer, su alma se hizo pedazos, y cada trocito cayó en el alma de otro jugador, apoderándose de ella para siempre.
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