Bienvenido a nuestro "Libro de Cuentos", esperamos que puedas encontrar aquí tus historias favoritas.
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jueves, 30 de junio de 2011

Pulgarcito

En algún lugar del mundo, hace ya mucho tiempo, hubo una vez un pobre leñador y su mujer, que tenían siete hijos.

El más pequeño de todos era el más inteligente, y como su altura no era más que la de un dedo pulgar, le llamaban Pulgarcito.

Por aquellos tiempos hubo un hambre terrible en la región. Como el leñador y la leñadora no tenían comida para darles a sus siete hijos, decidieron dejarlos abandonados en el bosque cercano.

Pulgarcito, que se temía algo, escuchó la conversación de sus padres, se levantó de la caja de cerillas donde dormía y buscó por la cabaña las migajas de pan que habían quedado de la cena; después las guardó en uno de sus bolsillos.

A la mañana siguiente, los padres decidieron ir al bosque a buscar leña y así se lo comunicaron a sus hijos, los cuales se pusieron muy contentos, pues podrían jugar durante todo el día.

Pulgarcito, que sabía lo que iba a pasar, dejaba caer las miguitas de pan a lo largo del camino, para que luego pudieran volver a la cabaña donde vivían.

Después de unas horas, el leñador y la leñadora, con lágrimas en los ojos, los engañaron y se volvieron a casa, dejándolos perdidos. Pulgarcito, cuando llegó la noche, vio que no encontraban a sus padres, dijo a sus hermanos que él sabía cómo podían volver a casa; pero se enfureció mucho al comprobar que las migajas de pan que había dejado caer para conocer el camino, se las habían comido los pájaros.

Perdidos en el bosque, no sabían dónde dirigirse. Pulgarcito les dijo que buscarían un sitio donde poder dormir. Y, después de mucho andar, vieron a lo lejos una pequeña luz que salía de la ventana de una casa.

Los siete niños llegaron a la casa. Llamaron, y salió a abrirles una mujer gigantesca. Les dijo que se marcharan pues su marido, que era un Ogro furioso, los mataría. Pero al verlos tan asustados y con tanta hambre, les hizo pasar, les dio de cenar y los acostó en la misma cama de sus siete hijos, que dormían ya.

Cuando llegó el Ogro, notó que olía de una manera distinta a la de siempre; se acercó a la cama de sus hijos y, al ver que había otros siete, puso a los suyos una corona de oro y le dijo a su mujer:

- A los otros me los llevaré mañana y los mataré.

Pulgarcito esperó a que el Ogro y su mujer estuvieran dormidos y después colocó las coronas de oro a la cabeza de sus hermanos y él mismo se puso la última.

Por la mañana, cuando salió el sol, el Ogro se levantó y, sin advertir el cambio, tomó a sus hijos, los metió en un saco grande y se los llevó para matarlos.

Pulgarcito esperó a que el Ogro se marchara, despertó a sus seis hermanos y se dieron a la fuga. El Ogro, al darse cuenta de que había sido engañado por Pulgarcito, montó en cólera, regresó a su cabaña, se puso sus botas de siete leguas y empezó a buscar a los niños.

Después de mucho rato, se cansó y se tumbó a dormir al lado de un río. Pulgarcito se acercó con sigilo, le quitó las botas, se las puso sin pérdida de tiempo y se fue llevando a sus hermanos hasta un sitio seguro, muy lejos del Ogro.

Con las mágicas botas de siete leguas fue a ver al rey y le dijo que podía ayudarles a ganar la guerra contra un rey malo de otro país. El rey accedió, y Pulgarcito, con sus botas, ganó la guerra. El rey lo nombró su consejero especial y lo invitó a vivir en su palacio.

Pulgarcito pudo ayudar a sus padres y hermanos y vivieron felices durante toda su vida.

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domingo, 26 de junio de 2011

El charlatán, el rey y el burro

Hace mucho tiempo un charlatán se jactaba públicamente de ser capaz, gracias a ciertos poderes mágicos, de lograr convertir en un gran doctor hasta a un burro. El rey lo oyó y, para darle una lección, hizo como si le creyera.

- Llevadlo a las cuadras y dadle un burro -ordenó. Pagadle un buen sueldo durante diez años y, si para entonces el burro no sabe leer ni hacer cuentas, el maestro será ahorcado.

La sentencia, que pareció justa e ingeniosa, divirtió a los cortesanos. Uno de ellos se burló del charlatán:

- Será un bonito espectáculo cuando te veamos bailar en la horca.

El hombre le contestó, no sin razón:

Ya veremos si para entonces no habremos muerto tú o yo, el rey o el burro, porque parece inevitable que en diez años alguno de nosotros se muera. Y además, ¿sabes lo que te digo? Por mal que me salga, tú te reirás sólo el día que me cuelguen, y yo tendré diez años para divertirme viendo los esfuerzos que hacéis para ganaros la vida, mientras que yo no tendré más que embolsarme mi sueldo.

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miércoles, 22 de junio de 2011

El conejo que se casó

Un conejo estaba muy contento y la zorra le preguntó por qué.

- Me he casado -le contestó.
- ¡Felicidades! ¡Qué suerte!
- No tanta suerte: es vieja y mala como una bruja.
- ¡Qué desgracia!
- No tanta desgracia: su dote fue una casa estupenda.
- ¡Qué suerte!
- No tanta suerte: la casa se ha quemado.
- ¡Qué desgracia!
- No tanta desgracia: ¡la vieja estaba dentro!

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sábado, 18 de junio de 2011

Orlando y la flor encantada

Orlando estaba prometido con una huérfana. Esta descubrió un día que la mujer con la que se había casado su padre por segunda vez era una bruja que planeaba matarla. Para salvarse huyó con su amado Orlando, el cual robó a la bruja su varita mágica, para quitarle su poder.

La madrastra, al enterarse de su fuga, se enfureció muchísimo. Se calzó las botas de siete leguas y en un segundo alcanzó a los dos jóvenes; pero ellos la oyeron llegar y, gracias a la varita mágica, se transformaron, ella en una flor y él en un violín.

La bruja se dio cuenta de que la flor era su hijastra y quiso cortarla, pero el violín comenzó a sonar y, como estaba encantado, la bruja se puso a bailar frenéticamente, hasta que, agotada, murió. Pero antes se vengó: hizo que Orlando perdiera la memoria. Cuando cesó el efecto del encantamiento y el joven recuperó su figura, no se acordaba de que la flor era su prometida, así que se fue y la dejó allí.

Un pastor recogió la flor roja, la llevó a su casa y la plantó en un jarrón. Desde aquel día, cuando el pastor volvía a casa encontraba la cena lista y la casa arreglada. Comprendió que aquello debía ser un hechizo y un día se escondió en un armario; de esta manera descubrió que las labores las hacía la flor. Pronunció una fórmula maravillosa que le había enseñado una maga y la flor volvió a convertirse en una bella joven.

Poco tiempo después, todas las jóvenes del pueblo fueron invitadas a cantar en la fiesta del nuevo príncipe, que era precisamente Orlando. La voz de su amada le hizo recuperar la memoria: la reconoció y se casó con ella aquel mismo día. El pastor fue el padrino y todos fueron felices.

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martes, 14 de junio de 2011

Los trapos viejos

Frente a la fábrica había un montón de balas de harapos, procedentes de los más diversos lugares. Cada trapo tenía su historia, y cada uno hablaba su propio lenguaje, pero no nos sería posible escucharlos a todos. Algunos de los harapos venían del interior, otros de tierras extranjeras. Un andrajo danés yacía junto a otro noruego, y si uno era danés legítimo, no era menos legítimo noruego su compañero, y esto era justamente lo divertido de ambos, como diría todo ciudadano noruego o danés sensato y razonable.

Se reconocieron por la lengua, a pesar de que, a decir del noruego, sus respectivas lenguas eran tan distintas como el francés y el hebreo.

-Allá en mi tierra vivimos en agrestes alturas rocosas, y así es nuestro lenguaje, mientras el danés prefiere su dulzona verborrea infantil.

Así decían los andrajos; y andrajos son andrajos en todos los países, y sólo tienen cierta autoridad reunidos en una bala.

-Nunca un andrajo danés podría hablar así -dijo el otro-. No está en nuestra naturaleza. Me conozco, y como yo son todos nuestros andrajos daneses: bonachones, modestos, con muy poca fe en nosotros mismos, y así no se gana nada, ciertamente. Pero no me importa; al menos lo encuentro simpático. Por lo demás, puedo asegurarle que conozco perfectamente mi propio valor, aunque no hable de él. No podrán reprocharme este defecto. Soy blando y dúctil, lo sufro todo, no envidio a nadie, hablo bien de todo el mundo, con lo difícil que muchas veces es hacerlo. Pero dejemos ésto. Yo me tomo las cosas con buen humor; esta cualidad sí la tengo.

-No me hables en este tono blanducho de la tierra llana; me da asco -dijo el noruego, y, aprovechando una ráfaga de viento, se soltó del fardo para trasladarse a otro.

Los dos fueron transformados en papel, y quiso el azar que el andrajo noruego pasara a ser una hoja en la que un joven de su país escribió una carta de amor a una muchacha danesa, mientras el trapo danés se convirtió en el manuscrito de una oda danesa en alabanza de la fuerza y la grandeza noruegas.

También de los andrajos puede salir algo bueno una vez han salido del fardo de trapos viejos y se han transformado en verdad y en belleza; brillan en buena armonía y encierran bendiciones.

Ésta es la historia, muy regocijante y no ofensiva para nadie, salvo para los andrajos.

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viernes, 10 de junio de 2011

La serpiente blanca

Hace ya de esto mucho tiempo. He aquí que vivía un rey, famoso en todo el país por su sabiduría. Nada le era oculto; habríase dicho que por el aire le llegaban noticias de las cosas más recónditas y secretas. Tenía, empero, una singular costumbre. Cada mediodía, una vez retirada la mesa y cuando nadie hallaba presente, un criado de confianza le servía un plato más. Estaba tapado, y nadie sabía lo que contenía, ni el mismo servidor, pues el Rey no lo descubría ni comía de él hasta encontrarse completamente solo.

Las cosas siguieron así durante mucho tiempo, cuando un día picóle al criado una curiosidad irresistible y se llevó la fuente a su habitación. Cerrado que hubo la puerta con todo cuidado, levantó la tapadera y vio que en la bandeja había una serpiente blanca. No pudo reprimir el antojo de probarla; cortó un pedacito y se lo llevó a la boca.

Apenas lo hubo tocado con la lengua, oyó un extraño susurro de melódicas voces que venía de la ventana; al acercarse y prestar oído, observó que eran gorriones que hablaban entre sí, contándose mil cosas que vieran en campos y bosques. Al comer aquel pedacito de serpiente había recibido el don de entender el lenguaje de los animales.

Sucedió que aquel mismo día se extravió la sortija más hermosa de la Reina, y la sospecha recayó sobre el fiel servidor que tenía acceso a todas las habitaciones. El Rey le mandó comparecer a su presencia, y, en los términos más duros, le amenazó con que, si para el día siguiente no lograba descubrir al ladrón, se le tendría por tal y sería ajusticiado. De nada sirvió al leal criado protestar de su inocencia; el Rey lo hizo salir sin retirar su amenaza.

Lleno de temor y congoja, bajó al patio, siempre cavilando la manera de salir del apuro, cuando observó tres patos que solazaban tranquilamente en el arroyo, alisándose las plumas con el pico y sosteniendo una animada conversación. El criado se detuvo a escucharlos. Se relataban dónde habían pasado la mañana y lo que habían encontrado para comer. Uno de ellos dijo malhumorado:

- Siento un peso en el estómago; con las prisas me he tragado una sortija que estaba al pie de la ventana de la Reina.

Sin pensarlo más, el criado lo agarró por el cuello, lo llevó a la cocina y dijo al cocinero:

- Mata éste, que ya está bastante cebado.

- Dices verdad -asintió el cocinero sopesándolo con la mano-; se ha dado buena maña en engordar y está pidiendo ya que lo pongan en el asador.

Cortóle el cuello y, al vaciarlo, apareció en su estómago el anillo de la Reina. Fácil le fue al criado probar al Rey su inocencia, y, queriendo éste reparar su injusticia, ofreció a su servidor la gracia que él eligiera, prometiendo darle el cargo que más apeteciera en su Corte.

El criado declinó este honor y se limitó a pedir un caballo y dinero para el viaje, pues deseaba ver el mundo y pasarse un tiempo recorriéndole. Otorgada su petición, púsose en camino. y un buen día llegó junto a un estanque, donde observó tres peces que habían quedado aprisionados entre las cañas y pugnaban, jadeantes, por volver al agua. Digan lo que digan de que los peces son mudos, lo cierto es que el hombre entendió muy bien las quejas de aquellos animales, que se lamentaban de verse condenados a una muerte tan miserable. Siendo, como era, de corazón compasivo, se apeó y devolvió los tres peces al agua. Coleteando de alegría y asomando las cabezas, le dijeron:

- Nos acordaremos de que nos salvaste la vida, y ocasión tendremos de pagártelo.

Siguió el mozo cabalgando, y al cabo de un rato parecióle como si percibiera una voz procedente de la arena, a sus pies. Aguzando el oído, diose cuenta de que era un rey de las hormigas que se quejaba:

- ¡Si al menos esos hombres, con sus torpes animales, nos dejaran tranquilas! Este caballo estúpido, con sus pesados cascos, está aplastando sin compasión a mis gentes. El jinete torció hacia un camino que seguía al lado, y el rey de las hormigas le gritó:

- ¡Nos acordaremos y te lo pagaremos!

La ruta lo condujo a un bosque, y allí vio una pareja de cuervos que, al borde de su nido, arrojaban de él a sus hijos:

- ¡Fuera de aquí, truhanes! -les gritaban-. No podemos seguir hartándoos; ya tenéis edad para buscaros pitanza.
Los pobres pequeñuelos estaban en el suelo, agitando sus débiles alitas y lloriqueando:

- ¡Infelices de nosotros, desvalidos, que hemos de buscarnos la comida y todavía no sabemos volar! ¿Qué vamos a hacer, sino morirnos de hambre?

Apeóse el mozo, mató al caballo de un sablazo y dejó su cuerpo para pasto de los pequeños cuervos, los cuales lanzáronse a saltos sobre la presa y, una vez hartos, dijeron a su bienhechor:

- ¡Nos acordaremos y te lo pagaremos!

El criado hubo de proseguir su ruta a pie, y, al cabo de muchas horas, llegó a una gran ciudad. Las calles rebullían de gente, y se observaba una gran excitación; en esto apareció un pregonero montado a caballo, haciendo saber que la hija del rey buscaba esposo. Quien se atreviese a pretenderla debía, empero, realizar una difícil hazaña: si la cumplía recibiría la mano de la princesa; pero si fracasaba, perdería la vida. Eran muchos los que lo habían intentado ya; mas perecieron en la empresa. El joven vio a la princesa y quedó de tal modo deslumbrado por su hermosura, que, desafiando todo peligro, presentóse ante el Rey a pedir la mano de su hija.

Lo condujeron mar adentro, y en su presencia arrojaron al fondo un anillo. El Rey le mandó que recuperase la joya, y añadió:

- Si vuelves sin ella, serás precipitado al mar hasta que mueras ahogado.

Todos los presentes se compadecían del apuesto mozo, a quien dejaron solo en la playa. El joven se quedó allí, pensando en la manera de salir de su apuro. De pronto vio tres peces que se le acercaban juntos, y que no eran sino aquellos que él había salvado. El que venía en medio llevaba en la boca una concha, que depositó en la playa, a los pies del joven. Éste la recogió para abrirla, y en su interior apareció el anillo de oro.

Saltando de contento, corrió a llevarlo al rey, con la esperanza de que se le concediese la prometida recompensa. Pero la soberbia princesa, al saber que su pretendiente era de linaje inferior, lo rechazó, exigiéndole la realización de un nuevo trabajo. Salió al jardín, y esparció entre la hierba diez sacos llenos de mijo:

- Mañana, antes de que salga el sol, debes haberlo recogido todo, sin que falte un grano.
Sentóse el doncel en el jardín y se puso a cavilar sobre el modo de cumplir aquel mandato. Pero no se le ocurría nada, y se puso muy triste al pensar que a la mañana siguiente sería conducido al patíbulo. Pero cuando los primeros rayos del sol iluminaron el jardín... ¡Qué era aquello que veía! ¡Los diez estaban completamente llenos y bien alineados, sin que faltase un grano de mijo! Por la noche había acudido el rey de las hormigas con sus miles y miles de súbditos, y los agradecidos animalitos habían recogido el mijo con gran diligencia, y lo habían depositado en los sacos.

Bajó la princesa en persona al jardín y pudo ver con asombro que el joven había salido con bien de la prueba. Pero su corazón orgulloso no estaba aplacado aún, y dijo:

- Aunque haya realizado los dos trabajos, no será mi esposo hasta que me traiga una manzana del Árbol de la Vida.

El pretendiente ignoraba dónde crecía aquel árbol. Púsose en camino, dispuesto a no detenerse mientras lo sostuviesen las piernas, aunque no abrigaba esperanza alguna de encontrar lo que buscaba. Cuando hubo recorrido ya tres reinos, un atardecer llegó a un bosque y se tendió a dormir debajo de un árbol; de súbito, oyó un rumor entre las ramas, al tiempo que una manzana de oro le caía en la mano. Un instante después bajaron volando tres cuervos, que, posándose sobre sus rodillas, le dijeron:

- Somos aquellos cuervos pequeños que salvaste de morir de hambre. Cuando, ya crecidos, supimos que andabas en busca de la manzana de oro, cruzamos el mar volando y llegamos hasta el confín del mundo, donde crece el Árbol de la Vida, para traerte la fruta.

Loco de contento, reemprendió el mozo el camino de regreso para llevar la manzana de oro a la princesa, la cual no puso ya más dilaciones. Partiéronse la manzana de la vida y se la comieron juntos. Entonces encendióse en el corazón de la doncella un gran amor por su prometido, y vivieron felices hasta una edad muy avanzada.

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lunes, 6 de junio de 2011

La vida del cerdo

El cerdo vivía como todos los de su raza, pero no se habría lamentado si no hubiera sido por continuas burlas de la vaca:

- ¡Bonita vida la tuya! -comentaba entre grandes risotadas. - ¡Comes desperdicios y duermes sobre la basura!

Al final, el cerdo pensó que no podía seguir así y un día se fue ante el juez:

- En la granja todos los animales tienen buena comida y un establo limpo. ¿No merezco yo también otra forma de vida?
- Es justo -sentenció el juez. - En adelante tendrán que darte trigo y guisantes para comer y una buena cama con finas sábanas de seda.

El cerdo volvió corriendo a su chiquero. "¡Trigo, guisantes y seda!", iba repitiendo por el camino, muy contento.

Pero la vaca le repetía sus burlas. "¡Desperdicios y basura!", hasta metérselas en las orejas; así que cuando su mujer le preguntó qué tal le había ido y si había conseguido algo, le contestó:

- Me ha ido muy bien. En adelante viviremos de desperdicios y dormiremos entre basura.

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jueves, 2 de junio de 2011

Pajarete y la bruja

Un guardabosques encontró un recién nacido que había robado un águila de su cuna y lo había llevado a su nido. Lo llevó a su casa y lo crió junto a su hija Lena; los dos niños crecieron juntos y se querían como verdaderos hermanos.

Pero el águila era una bruja y quería recuperar al niño para meterlo en la cazuela. No estaba dispuesta a perder bocado tan apetitoso por nada del mundo.

Lo buscó hasta que lo encontró; entonces se transformó en una vieja cocinera y entró al servicio del guardabosques. Así podría hacer lo que quisiera cuando el hombre se fuera a trabajar.

Por suerte, Lena descubrió los planes de la bruja y huyó con Pajarete (que así lo habían llamado). La bruja se dio cuenta y los persiguió. Lena tuvo una idea: hizo que el niño se transformara en un estanque y ella se transformó en un pato.

La bruja los reconoció, y como para ella comerlo o beberlo era lo mismo, se agachó en la orilla del estanque y empezó a sorber el agua; pero Lena la agarró con el pico, la tiró al agua y la ahogó. La bruja murió y los dos niños volvieron a casa felices y contentos.

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