Era primavera y el manzano dio sus blancas florecillas, tan bellas que hasta la condesa quedó encantada con ellas. Cortó algunas ramitas y las puso en un gran jarrón en el salón del palacio.
La rama del manzano se sintió orgullosa por el privilegio conseguido gracias a su belleza. Por la ventana veía las flores del jardín y del campo y las compadecía por su insignificancia, sobre todo a los vilanos, a los que los niños quitaban soplando su pelusa, dejándolos desnudos e indefensos. Los compadecía porque el destino los había hecho tan diferentes de ella y a la vez estaba orgullosa de su diferencia, de su belleza, de su bonito jarrón en el salón. No le decía nada el hecho de que el sol la besase de igual manera a ella y a los pobres vilanos.
Pero un día, la condesa llevó al salón un vilano y lo puso en el mismo jarrón, para pintar también la delicada fragilidad y belleza de la flor de campo junto a la florida rama del manzano. Las blancas flores del manzano enrojecieron, avergonzadas.
La rama del manzano se sintió orgullosa por el privilegio conseguido gracias a su belleza. Por la ventana veía las flores del jardín y del campo y las compadecía por su insignificancia, sobre todo a los vilanos, a los que los niños quitaban soplando su pelusa, dejándolos desnudos e indefensos. Los compadecía porque el destino los había hecho tan diferentes de ella y a la vez estaba orgullosa de su diferencia, de su belleza, de su bonito jarrón en el salón. No le decía nada el hecho de que el sol la besase de igual manera a ella y a los pobres vilanos.
Pero un día, la condesa llevó al salón un vilano y lo puso en el mismo jarrón, para pintar también la delicada fragilidad y belleza de la flor de campo junto a la florida rama del manzano. Las blancas flores del manzano enrojecieron, avergonzadas.
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