Mawia tenía fama de ser la más bella y poderosa reina de Arabia y por ello tenía muchos y distinguidos pretendientes.
Los fue descartando a todos, hasta que sólo quedaron tres jeques, que eran igual de ricos, jóvenes, guapos y fuertes: era muy difícil elegir cuál era el mejor.
Una noche, Mawia se disfrazó y fue al campamento de los tres jeques, que estaban empezando a cenar y les pidió algo de comer.
El primero le dio las sobras; el segundo, el rabo de un camello, y el tercero, que se llamaba Hatim, mandó que le cocinaran las carnes más tiernas y sabrosas.
La reina no dijo nada; cenó, les dio las gracias y se marchó. Al día siguiente, la reina invitó a comer a los tres; pero mandó que a cada uno le sirvieran exactamente lo mismo que le habían dado a ella la noche anterior.
Pero Hatim, que recibió un suculento plato, no quiso comer si los otros no compartían con él su comida. Este gesto convenció del todo a la reina Mawia.
- Sin dudas, Hatim es el más generoso de los tres y por tanto con él me casaré.
Los fue descartando a todos, hasta que sólo quedaron tres jeques, que eran igual de ricos, jóvenes, guapos y fuertes: era muy difícil elegir cuál era el mejor.
Una noche, Mawia se disfrazó y fue al campamento de los tres jeques, que estaban empezando a cenar y les pidió algo de comer.
El primero le dio las sobras; el segundo, el rabo de un camello, y el tercero, que se llamaba Hatim, mandó que le cocinaran las carnes más tiernas y sabrosas.
La reina no dijo nada; cenó, les dio las gracias y se marchó. Al día siguiente, la reina invitó a comer a los tres; pero mandó que a cada uno le sirvieran exactamente lo mismo que le habían dado a ella la noche anterior.
Pero Hatim, que recibió un suculento plato, no quiso comer si los otros no compartían con él su comida. Este gesto convenció del todo a la reina Mawia.
- Sin dudas, Hatim es el más generoso de los tres y por tanto con él me casaré.
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