En el escritorio de un famoso poeta había un tintero que, por la noche, cuando las cosas cobraban vida, se daba mucha importancia. Decía:
- Es increíble la de cosas hermosas que salen de mí. Con una sola gota de mi tinta se llena toda una página. ¡Y cuántas cosas magníficas y conmovedoras se pueden leer en ellas!
Pero sus jactancias provocaron el resentimiento de la pluma:
- ¿No comprendes, tonto barrigudo, que tú sólo eres el que pone la materia prima? Soy yo la que con tu tinta escribo lo que hay en mí. ¡La que realmente escribe es la pluma!
Volvió el poeta, que había ido a un concierto, y con la música se había inspirado. Y escribió en una hoja:
- ¡Qué necios serían el arco y el violín si pensaran que son ellos los que tocan! Igual de necios somos los hombres cuando presumimos de lo que hacemos, olvidando que todos somos simples instrumentos de Dios.
Pero el tintero y la pluma, utilizados para escribir aquellas palabras, no aprendieron la lección.
- Es increíble la de cosas hermosas que salen de mí. Con una sola gota de mi tinta se llena toda una página. ¡Y cuántas cosas magníficas y conmovedoras se pueden leer en ellas!
Pero sus jactancias provocaron el resentimiento de la pluma:
- ¿No comprendes, tonto barrigudo, que tú sólo eres el que pone la materia prima? Soy yo la que con tu tinta escribo lo que hay en mí. ¡La que realmente escribe es la pluma!
Volvió el poeta, que había ido a un concierto, y con la música se había inspirado. Y escribió en una hoja:
- ¡Qué necios serían el arco y el violín si pensaran que son ellos los que tocan! Igual de necios somos los hombres cuando presumimos de lo que hacemos, olvidando que todos somos simples instrumentos de Dios.
Pero el tintero y la pluma, utilizados para escribir aquellas palabras, no aprendieron la lección.
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