Reinaldo era un humilde cochero que estaba al servicio del Rey. Pero le gustaba pintar y tenía un talento especial para la pintura. Parecía que sus cuadros estuvieran vivos y hablaran; el que más le gustaba era el retrato de su hermana, a la que quería muchísimo.
Lo tenía en su habitación, en las caballerizas del palacio, y cuando estaba triste hablaba con el cuadro y se imaginaba que su hermanita le respondía.
Aquellas charlas provocaron la curiosidad de los otros dos criados, que espiaron por el agujero de la cerradura y vieron el cuadro, pero sólo el rostro, sin ver el marco.
Confundieron el retrato con una joven de carne y hueso, y pronto empezó a circular la fama de la indescriptible belleza de la misteriosa huésped que el cochero tenía escondida.
Llegó a oídos del mismísimo Rey y también él fue a ver por el agujero de la cerradura. Al ver aquel hermoso rostro se enamoró de él. Pero como la joven existía realmente, todo pudo remediarse; Reinaldo trajo a su hermana a la corte y el Rey se casó con ella.
De esta manera la joven fue reina y el cochero pudo dedicarse a pintar cuadros únicamente.
Lo tenía en su habitación, en las caballerizas del palacio, y cuando estaba triste hablaba con el cuadro y se imaginaba que su hermanita le respondía.
Aquellas charlas provocaron la curiosidad de los otros dos criados, que espiaron por el agujero de la cerradura y vieron el cuadro, pero sólo el rostro, sin ver el marco.
Confundieron el retrato con una joven de carne y hueso, y pronto empezó a circular la fama de la indescriptible belleza de la misteriosa huésped que el cochero tenía escondida.
Llegó a oídos del mismísimo Rey y también él fue a ver por el agujero de la cerradura. Al ver aquel hermoso rostro se enamoró de él. Pero como la joven existía realmente, todo pudo remediarse; Reinaldo trajo a su hermana a la corte y el Rey se casó con ella.
De esta manera la joven fue reina y el cochero pudo dedicarse a pintar cuadros únicamente.
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