Una noche apareció en el cielo un cometa y todos quedaron sorprendidos y asustados. El Rey Gaspar consultó con los otros magos, que eran -como él- los hombres más sabios del mundo, y les preguntó si sabían lo que significaba aquella estrella tan extraña.
El Rey Baltasar, consultando sus libros, encontró una antigua profecía: el cometa anunciaba la venida del Mesías y señalaba el lugar donde había nacido. Invitó a los otros a ir con él a adorarlo.
Juntos empezaron a pensar cuáles serían los obsequios más apropiados para tan importante personaje.
Melchor pensó que el Mesías debía ser un hombre y decidió ofrecerle un jarrón de mirra, para que con ella perfumara su cuerpo.
Gaspar pensó que el Mesías era el Señor del cielo y de la tierra. Tardó en hallar un don suficientemente valioso para un rey tan poderoso y al final eligió un cofre lleno de oro.
Baltasar pensó que el Mesías debía ser honrado como Hijo de Dios y decidió llevarle incienso, que desde siempre quemaban todos los pueblos para honrar a los dioses.
Y, en la choza de Belén, sus dones acabaron junto a los de los pastores, valiosos sólo por su amor.
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